Roald Dahl es uno de esos escritores que genera problemas vocacionales. No por la calidad de sus textos, sino -más bien- por el éxito tremendo de éstos. Nacido en el Reino Unido en la segunda década del siglo pasado, Dahl es uno de los escritores de cuentos para niños más prolíficos del siglo. Después de haber sido piloto de la Royal Air Force durante el asedio Nazi a las islas británicas, Dahl alcanzó gran fama y amplio reconocimiento por títulos como “Charlie y la fábrica de chocolates”, “Matilda” o “Fantastic Mr. Fox”. Su obra ha sido publicada en casi todos los idiomas y llevada con éxito y reconocimiento tanto al cine como al teatro. Regresamos a decir que Dahl genera problemas vocacionales: es una de esas excepciones que seduce a la juventud con la promesa de una carrera formidable en las letras cuando Dahl no es, ni por cerca, la norma.
Resulta que, en semanas recientes, esos problemas han alcanzado a Roald Dahl -que murió en 1990-. La cuestión está en que una nueva edición “corregida” de sus libros acaba de ser publicada. En ésta se han cambiado -literalmente, cambiado- palabras y expresiones del autor para evitar generar fricción con la nueva moral progresista. Así, por ejemplo, palabras como “gordo” han sido removidas de la obra. Es decir, hay un grupo de policías morales que han llegado a la conclusión de que alguien los ha investido con la autoridad de modificar obras originales para hacerlas más potables de acuerdo con sus propios cánones. En El Reporte creemos que, por anecdótico que el asunto parezca, se está abriendo una puerta muy peligrosa hacia un lugar en el que difícilmente queremos habitar. ¿Cómo es posible que alguien pueda cambiar palabras viejas para la nueva moral?
¿Qué sigue? ¿Vamos a permitir como sociedad que los pilares artísticos sobre los que nos hemos construido sean alterados por esta nueva Gestapo de hemofílicos emocionales? Nadie impide que quienes consideran que cierto lenguaje y ciertas palabras deben ser proscritas escriban nuevas obras que se adapten a ese estilo. Pero es inadmisible que en un intento -ridículo, por cierto: hay gente gorda- por amortiguar el mundo para los niños que lo aprehenden leyendo se cambien obras ya escritas. Hace mucho tiempo que el progresismo ha tomado un rumbo absurdo en el mundo entero. Sin embargo, la mayoría silenciosa de personas que considera estas decisiones abominables no alza la voz. El miedo a la cancelación o simplemente la flojera de enfrascarse en un debate con alguien que se siente ofendido por cualquier cosa que no sea su propia opinión es agotador.
Muy bien. Si es que no estamos dispuestos a comprarnos este pleito y a decir basta, nuestros hijos y nietos leerán la historia de Don Quijote y su compañero Sancho -esbelto, vegano y no binario-. Aprenderán sobre el costo moral de las decisiones leyendo a Hamlet, príncipe transexual de Dinamarca. Se fascinarán con las 20mil leguas del viaje submarino del Capitán Nemo, en un Nautilus con una tripulación paritaria, igualitaria e inclusiva. Nos contarán a nosotros que, en realidad, los mosqueteros eran racistas y clasistas porque no había ningún migrante en la triada que recibió a D’Artagnan. Sherlock Holmes va a ser negro; Nelson Mandela, gay. Harvey Milk, mujer y Enrique VIII chino, vegetariano, pansexual y gran conocedor del poder de los chakras. Así de ridículos suenan, amigues. Y si nadie se los quiere decir para evitar sus berrinches, aquí estamos.