A tres meses de iniciada su gestión, Dina Boluarte enfrenta un nuevo panorama. Este último 1 de marzo ocurrieron dos sucesos con carácter simbólico y operativo. Mientras que la presidenta recibía los honores de las Fuerzas Armadas en la ceremonia de su reconocimiento como Jefe Supremo, la denominada Segunda Toma de Lima fracasaba profundamente. El pico de protestas post golpe de Estado ha transcurrido. Seguramente, y expertos lo confirman, continuarán, pero con otra tónica. Estamos ahora en otro momento político.
La insurrección organizada por la revancha castillista, las consecuentes muertes, el desesperado pedido de adelanto de elecciones, el aislamiento internacional y la precariedad de todo el sistema era lo que caracterizó estos últimos dos meses. Ahora, nos enfrentamos a otro panorama en el que subsistirá la precariedad generalizada y más tenuemente el pedido de adelanto de elecciones. Dina y el Congreso sueñan con el 2026, aunque no será tan fácil.
Boluarte, pasado lo peor de la terrible crisis de estos últimos meses, debe pensar en su rol en la historia, en lo que dejará su presidencia, la cual ha empezado en una coyuntura de espanto que la sujetará por el resto de su gobierno y de su vida. Dina será buscada por la justicia y, probablemente, la justicia la encuentre cuando que deje el sillón de Pizarro. Una vez no tenga poder perderá los pocos y condicionales apoyos que hoy encuentra. Ella podría quedar como una asesina, como una mediocre, como una cómplice más del descalabro nacional o como la primera presidenta del Perú que, en medio de la tempestad, sacó el país adelante a pesar de los errores.
A su vez, la presidente de la República, luego de lo ocurrido en estos meses, tendrá muy difícil subir su aprobación. La izquierda, de donde viene, ahora la odia y la derecha, a donde se tuvo que acercar coyunturalmente, jamás confiará en ella. Así dure un mes o tres años más, Boluarte será precaria y poco querida. Sin embargo, la política es el arte de lo imposible y hasta la impopularidad abre ventanas de oportunidad.
Esa impopularidad puede verse como un activo político para gobernar, para emprender acciones y reformas controversiales, pero necesarias (i). Menos apoyo probablemente no vaya a tener. Hay un ejemplo. El ex presidente de Brasil, Michel Temer, asumió el cargo (2016-2018) al ser vicepresidente de la vacada Dilma Roussef. Temer era un político impopular que —como Boluarte— quizá nunca hubiese podido asumir el cargo si es que no hubiese estado en la plancha. Michel Temer —como Boluarte— estaba muy desprestigiado por acusaciones de corrupción. Pero tomó el toro por las astas y se dedicó a gobernar. Hizo reformas económicas, privatizó, ayudó a la minería, reforzó la seguridad, mejoró el ambiente desolador que había dejado el Partido de los Trabajadores para que Bolsonaro tome un país conflictuado, pero un poco más ordenado.
Eso es lo que puede hacer Boluarte. Aprovecharse de que no puede ser más rechazada y comenzar a gobernar con dureza y sin preocuparse por derrochar algún capital político. El Congreso está siendo benevolente en ese sentido y le acaba de aprobar facultades legislativas en materia de reactivación económica y de modernización en la gestión del Estado. Al mismo tiempo, podría dejar la doble cara en materia de lucha contra los grupos violentos y radicales, y propinarles golpes estratégicos fuertes para detener esta amenaza permanente (ii).
Dina Boluarte podría, valga la redundancia, aprovechar su impopularidad para tomar medidas impopulares en materia económica, de gestión del Estado, de seguridad y defensa nacional, entre otras problemáticas. Podría gestionar el Estado de verdad, como no se hace desde hace tiempo. Depende, por supuesto, de ella y en esta definición marcará el derrotero de su gobierno.
Desde El Reporte, seguimos considerando a Boluarte un personaje sospechoso y poco digno de la investidura (investigada por ser presunta miembro de la red criminal Los Dinámicos del Centro, por su infracción constitucional al ser ministra, por su doble cara durante su breve presidencia); a pesar de ello, en política lo que debe imperar es el principio de la realidad y, al fin y al cabo, lo único que debe importar es brindarle una mejor calidad de vida a la ciudadanía, sin importar quién ostente la primera magistratura del Estado.
i) https://elcomercio.pe/opinion/rincon-del-autor/temer-carlos-melendez-noticia-455046-noticia/?ref=ecr
ii) https://www.expreso.com.pe/opinion/necesitamos-medidas-mas-energicas/