Brasil bajo el liderazgo del presidente Lula se ha propuesto reposicionarse en el escenario internacional impulsando iniciativas concordantes en líneas generales con la agenda 2030 respaldada por Naciones Unidas. A la vez, procura mantener una relación cordial con el gobierno de Biden y respetuosa con los países integrantes de la Unión Europea. La política exterior brasileña estrecha sus lazos con el África en general y con Rusia, India y China, en particular, tratando de relanzar el accionar del llamado BRICS en un contexto marcado por la invasión de Rusia a Ucrania.
Una mirada extracontinental por parte de Brasil, sin embargo, no ha impedido que el presidente Lula pretenda asumir cierto liderazgo regional, sobre todo en Sudamérica. En los últimos días, en Brasilia se llevó a cabo una Cumbre de presidentes de Sudamérica, con la clara intención de revivir el UNASUR, propósito que quedó trunco a pesar de los esfuerzos denodados del gobierno y del propio Lula. El presidente Lula aún no se ha dado cuenta que su liderazgo internacional es cuestionado, toda vez que no podemos olvidar que desde el gobierno y luego de ser presidente de Brasil, fue parte de la "trama de Odebrecht" que ha marcado la política en diversos países de la región.
El Partido de los Trabajadores (PT) fue el eje del llamado Foro de Sao Paulo y las empresas constructoras brasileñas fueron promovidas por el gobierno, el PT y el propio presidente Lula para tener a cargo la ejecución de grandes obras de infraestructura en América Latina. El Foro de Sao Paulo se convirtió en instrumento político al servicio de campañas electorales de organizaciones y partidos políticos adscritos a corrientes ideológicas afines al llamado "socialismo del siglo XXI".
Brasil como primera economía latinoamericana desde los largos años de la dictadura militar (1964-1985) se propuso industrializarse apostando a fortalecer su mercado interno, integrándose progresivamente al mercado sudamericano a través del Mercosur en la década de los noventa.
Cuando cae el Muro de Berlín en 1989, se disuelve la URSS y se producen grandes cambios políticos en Europa del Este. Tanto Lula como el partido de los Trabajadores afianzan sus lazos con la dictadura cubana y Fidel Castro, como una forma de mantener con vida un proyecto autoritario agónico ante la falta de apoyo por parte de la extinta URSS. Los lazos entre Fidel Castro y Lula fueron estrechos hasta la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999. Cuba tendrá una injerencia política cada vez mayor en Caracas, mientras que Lula modera su discurso ganando las elecciones en el 2002. El castrochavismo se afianza ,por un lado, mientras que el PT con Lula utilizan como plataforma política al Foro de Sao Paulo, logrando formarse el UNASUR como instrumento de acción política frente a la administración norteamericana.
El fracaso de tiranías como Cuba y la quiebra de la economía venezolana como consecuencia de la desastrosa política del chavismo, ha obligado a más de siete millones de venezolanos a abandonar su territorio, generándose una crisis humanitaria sin precedentes en la región. La presencia de Nicolás Maduro en Brasilia y la complacencia del presidente Lula con el tirano de Caracas, han puesto al descubierto la poca importancia que le asigna el presidente Lula y el gobierno de Brasil a las abiertas violaciones a los Derechos Humanos por parte de la dictadura de Maduro. Lula no puede olvidar los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la dictadura de Caracas, ni las graves imputaciones contra Nicolás Maduro por sus lazos con el narcotráfico, ni los cargos de organizaciones de Derechos Humanos, ni los señalamientos expresos por parte de las Naciones contra un gobierno y un presidente que no ha sido reconocido como tal por las más importantes democracias del mundo.
No podemos olvidar que el presidente Lula fue privado de su libertad por mandato judicial, que su victoria electoral en los últimos comicios fue estrecha, que carece de mayoría en el Congreso, que es evidente que su accionar reñido con la moral ayudó a consumar ilícitos penales en varios países de la región. Las investigaciones iniciadas en Estados Unidos contra Odebrecht y el caso Lava Jato no sólo se limitaron a Brasil. El Perú tal vez haya sido el epicentro político de la "trama de Odebrecht", lo que ha marcado el devenir político en los últimos años.
Ni el Foro de Sao Paulo, ni el Grupo de Puebla pueden señalar la agenda política latinoamericana. Venezuela necesita retornar a la senda democrática a través de comicios libres bajo supervisión internacional, dejando de lado argumentos deleznables tales como sostener que se trate de una "narrativa" o de una deformación de la realidad, o de una campaña difamatoria instrumentada por el imperialismo norteamericano, que supuestamente pretende incriminar al gobierno venezolano. Si Brasil y el presidente Lula pretende asumir un nuevo liderazgo en América Latina, no puede pretender erigirse en defensor de Nicolás Maduro.
Hoy, América Latina debe comprender que, en un mundo marcado por la revolución tecnológica, por presiones inflacionarias, por la invasión de Rusia a Ucrania, por el retiro del Reino Unido de la Unión Europea; es necesario defender la libertad frente a los embates de nuevas formas de totalitarismos, que se expresan en un globalismo avasallador y en un neoimperialismo en marcha. Voces discrepantes como las del presidente de Uruguay y el propio Gabriel Boric expresadas en Brasilia demostraron la incomodidad por la presencia de Nicolás Maduro y la inviabilidad de dar vida a la extinta UNASUR. Mientras que Lula comete desatinos en Brasilia, el presidente mexicano López Obrador desafía al Perú y obstruye la consolidación de la Alianza del Pacífico, que desde el 2011 ha mostrado resultados tangibles como instrumento de integración de países como México, Colombia, Perú y Chile. El liderazgo regional de Lula ha declinado; sin embargo, a pesar de ello pretende marcar la diferencia, proponiendo establecer una "moneda común", sin lograr comprender que la unión monetaria es un estadio superior de un proceso de integración.