Reorganizando mis libros hace unas semanas, encontré unas antigüedades que no hojeaba hace mucho del psicoanalista alemán Erich Fromm. Fromm escribió muchísimo sobre cómo la ética y la moral son transversales a una serie de disciplinas e interrelaciones humanas; y eso me hizo reflexionar sobre la relevancia de su pensamiento frente a los escándalos de corrupción que históricamente han prevalecido en nuestro país.
La prueba más fehaciente es el número de Presidentes que tenemos presos. Fujimori (condenado), el reciente golpista Castillo y el novel extraditado Toledo; sin contar las investigaciones que pesan contra Ollanta (en realidad Nadine, según creemos), Kuczynski y el favorito de los rojicaviares y Patrono del Partido Morado, el multi-vacunado Martín Vizcarra. Si las cabezas que nos gobernaron tienen esa condición, no es sorpresa que la ciudadanía ya no se despeine con cada escándalo de corrupción que se destapa en los periódicos casi a diario. Lo anterior genera un problema doble: no solo es (i) la acción corrupta reñida con la ética (de parte del Estado y sus funcionarios); sino (ii) la práctica aceptación de esas conductas cuando se recibe algo o cambio o no se es afectado en forma directa (por parte de la ciudadanía).
Volviendo a Fromm, un par de conceptos que se pueden disgregar para explicar esta situación (y sobre los que escribió hace más de 70 años) son los siguientes:
Profundizando el concepto, según Fromm, a través de la noción de orientación mercantil, las personas se ven a sí mismas como bienes fungibles o commodities que se tranzan en el mercado. Como todo bien, el valor de cada persona en el mercado se mide en términos de éxito y fracaso en el sistema. Muchas veces esto puede influir en sus relaciones y comportamientos, lo que genera el espacio para caer en actuaciones corruptas o peleadas con la ética y la moral con el efecto de “elevar su valorización” a través del exposure por resultados, obras u obtención de posiciones de poder (ejemplos actuales incumplen darle la obra al amigo, pagar por determinadas votaciones, acordar contratos con vacunas no tan beneficiosos pero más rápidos, etc.). La valorización alimenta el ego y se vuelve un círculo vicioso que termina menguando la sociedad.
En sociedades donde prevalece el miedo a la libertad (por cualquier razón, ya sea histórica o por falta de educación), puede surgir un liderazgo dictatorial que prometa cuidado, seguridad y orden a cambio de “obediencia” bajo determinados términos decididos por la cúpula del poder. Como muestran ejemplos en las últimas dos o tres décadas en la región, la concentración del poder en pocas manos sin una supervisión y responsabilidad adecuadas puede conducir a abusos, incluso generando una conducta de indiferencia hacia la corrupción, cambiada por seguridad o relativa estabilidad.
El camino: La cultura de ética y responsabilidad donde las personas se valoran por su integridad y no por su capacidad para venderse (orientación mercantil) es intrínseca e inseparable de las prácticas políticas, y eso es algo en lo que estamos al debe como sociedad. Aprovechando que se enseñará en las escuelas (por fin) sobre la época del terrorismo (sí, terrorismo, no “conflicto armado” ni frases a medias tintas o esotéricas que la caviarada quiere imponer para suavizar lo que vivimos), se debería reforzar conceptos como ética, moral, respeto mutuo y teoría de valores.
PD: También encontré “El Yo Divido” de R.D. Laing con conceptos aplicables, pero ese análisis ya será para otro momento.