EditorialDomingo, 18 de junio de 2023
Liberalismo: de vuelta a casa

En las semanas recientes mucho se ha discutido cuál debe ser la posición “liberal” con respecto al progresismo y también al conservadurismo. Algunos han argumentado que el rol del liberalismo es adoptar las nuevas tendencias; otros han dicho que -en el contexto político peruano- los liberales deben plegarse hacia el lado conservador para repeler a la izquierda que tanto daño le ha hecho al Perú en los años últimos. ¡Vaya dilema! Para encontrar una salida debemos empezar por lo esencial. Y en este caso, eso es la definición de categorías para luego ver qué ubicación demanda cada una en el espectro político.

El liberalismo nació como un grupo de ideas que buscaban reivindicar la importancia del individuo de cara a la colectividad. Durante el siglo XX, liberales del mundo entero se opusieron, dependiendo de su lugar en el mundo, a las tendencias autoritarias tanto de izquierda como de derecha. El liberalismo se alzó en contra de la vocación de grupos varios que buscaron coartar la libertad individual y capturar el Estado como una entelequia desde la que se pudiera diseñar el destino de la vida de las personas. La libertad, citando a Hayek, es la ausencia de coacción y esa fue la bandera enarbolada.

Volviendo al Perú la pregunta con la que empieza esta nota cobra fuerza: la izquierda reunida tras el sombrero luminoso de Castillo Terrones planteó un nuevo intento de ingeniería social en donde una serie de reformas conducirían a “no más pobres en un país rico”. Los resultados fueron catastróficos. La respuesta más visceral ha sido la de una derecha lejana al centro que pretende que la izquierda no tenga cabida en el mapa político peruano en el peruano y que exilie las ideas de origen socialista. Esto, en la práctica, además de imposible será solo un catalizador de la polarización que hoy nos divide.

El liberalismo no es -ni puede ser- progresista o conservador. Ambas corrientes de ideas pretenden seleccionar categorías y valores como superiores y elevarlas al nivel de normas. Esto, claro, no significa que el liberalismo no pueda estar de acuerdo con medidas que los bandos en contradicción consideren antagónicas a sus credos. Pero es un oxímoron considerar al liberalismo como parte intrínseca de cualquiera de las dos tendencias. Así, es urgente que dado el actual panorama de beligerancia (e inoperatividad) que afecta al país los liberales vuelvan a sus orígenes y se concentren en los valores que los reunieron.

Los liberales deben defender la libertad de cada persona de hacer con su vida lo que considere justo, mientras sus acciones no afecten a terceros. Deben ser escuderos de la propiedad privada como piedra angular del comercio y, en tanto, única forma de generación espontánea de riqueza en la sociedad. Y, por último, los liberales deben estar del lado de la paz para que los dos principios anteriores puedan desarrollarse sin interferencias de grupos determinados. Así, una primera batalla que el liberalismo debe librar es la de alejarse de progresismos y conservadurismos. Ambos le son fundamentalmente ajenos.

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