A mi corta edad, he sido testigo de un lamentable fenómeno que parece haber infectado cada rincón de la vida cotidiana de cualquier persona por debajo de los 35 años, y me atrevería a llamarlo el hurto ideológico más descarado de los últimos tiempos. Una especie de contagio social que ha logrado permear efectivamente la conciencia de una juventud que ha encontrado en estas ideas progresistas una respuesta a sus anhelos y aspiraciones, un espejismo de viabilidad política. Me resulta inevitable preguntarme por qué este olor a falso comunismo y rechazo por lo conocido es como un canto de sirena del cual yo también he sido víctima.
Se le adjudica, quizás erróneamente, a Winston Churchill la frase “Si no eres liberal a los 25 años, no tienes corazón. Si no eres conservador a los 35, no tienes cerebro”. Más allá de su autoría o veracidad, la frase refleja de manera realista lo que fue por muchos años una certeza sobre la madurez y la progresión natural de los valores. En la nueva realidad, parece que la ideología izquierdista perdura a lo largo de los años. La propagación de las políticas de izquierda en una generación se ha llevado a cabo a través de diversos mecanismos de influencia social. La juventud ha sido testigo de una constante promoción de valores y narrativas progresistas en los medios de comunicación, las redes sociales y los círculos académicos. Esto ha generado una aceptación masiva de ideas como la redistribución de la riqueza, el fomento del laicismo y la estereotipación negativa de los valores tradicionales.
Sin embargo, parece que aquellos padres que se autodenominan conservadores y religiosos han cometido errores al transmitir estos valores a sus hijos. Los mismos que nos acusan de ser frágiles, hipersensibles y perezosos son quienes han permitido que sus hijos crezcan frente a una pantalla con acceso irrestricto a internet. Han abandonado valores que en sus generaciones eran considerados mínimos e indispensables, como asistir a misa los domingos. Son la misma generación de padres que ha normalizado los trofeos de participación y que hoy se sienten desconcertados por las decisiones políticas de sus hijos, en las cuales se enaltecen las exigencias y se busca evadir la responsabilidad. Permitir que la crianza en valores sea tarea de los colegios, o peor aún, del Estado, debe considerarse un pecado capital.
La discrepancia entre los valores y las prácticas es la causa inevitable de un grave problema. Ellos mismos no han logrado presentar una alternativa sólida y atractiva a las ideas de izquierda, lo que ha generado una brecha generacional en la que los jóvenes se han alejado de las tradiciones y creencias en busca de algo menos exigente y naturalmente escapista. Además, el descontento hacia la clase política tradicional y la percepción de corrupción han llevado a muchos a buscar alternativas, encontrándolas en el discurso progresista.
La nueva satanización de los valores tradicionales también presenta un riesgo inminente, ya que mantenerse al margen del nuevo estatus quo o evitar el conflicto ideológico es también un punto a favor de quienes buscan redefinir lo normal.
Existe una responsabilidad por parte de los padres de criar a sus hijos, quizás no en política, pero sí en valores objetivos, inamovibles a los tiempos y circunstancias. Es un deber nutrir principios básicos sobre cómo subsistir en sociedad sin abandonar lo que nos hace individuos irrepetibles. Discutir sobre economía, religión y sociedad hoy en día es obligatorio, no es una opción esperar a que alguien más eduque a los nuestros.
Durante mi adolescencia, yo también me vi influenciada por una corriente de pensamiento de una izquierda bastante simplona. El por qué es muy fácil; en una sociedad de izquierda, la responsabilidad personal no existe, nunca faltarán corporaciones o gobiernos a los que culpar de todo y cualquier mal posible. Mi paseo por los lares del pseudo-socialismo y feminismo liberal duró tan solo un poco más de un año. La riqueza y la profundidad de la tradición conservadora y los valores arraigados en la fe católica proponen una cosmovisión que satisface lo que la izquierda jamás podrá llenar.
El contagio social de las políticas de izquierda en una generación peruana ha sido un fenómeno que ha dejado una profunda huella en nuestra sociedad. Así como el hijo pródigo, el camino de regreso al legado conservador implica un proceso de introspección, cuestionamiento y búsqueda de la verdad. Es importante reconocer que el hurto ideológico puede ser superado y que la redención está al alcance de aquellos que desean recuperar su identidad y valores.