Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, Churchill definió a Rusia como un "acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma", es decir, inescrutable.
Los bizarros sucesos de la semana pasada, en los que un ejército de mercenarios bajo contrato del Kremlin se amotinó, iniciaron una marcha sobre Moscú, hicieron tambalear al régimen y, a medio camino, se arrepintieron, parecen confirmar la actualidad de la famosa frase.
Churchill no solo fue un gran orador sino también un observador perspicaz de hacia dónde iban las cosas. Se adelantaba al momento del inevitable rompimiento nazi-soviético (el contexto de la frase fue el Pacto de No Agresión Ribbentrop-Molotov, posibilitado en parte por la torpeza del gobierno británico en el que él formaba parte) y la alianza que eso desencadenaría.
En aquel entonces, la respuesta al acertijo era clara. La URSS deseaba evitar a toda costa una guerra con Alemania, pero a la vez le temía y no quería enfrentarla sola. Percibía que Inglaterra y Francia querían utilizarla como carne de cañón. Además, tenía ambiciones de dominio sobre Europa Central y Oriental, una pretensión que persiste hasta el día de hoy: un cinturón de seguridad que aleja aún más su centro vital de las potencias europeas.
Entonces, en ese momento Rusia no era tan inescrutable, como tampoco lo es ahora, pero por razones muy distintas. Veamos:
La caída del comunismo y la desintegración de la URSS no provocaron un cambio en las castas del poder. Los estamentos del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) se reciclaron con Yeltsin, capturando el control de enormes conglomerados mineros, gasíferos e industriales. La caída del comunismo no significó que la oposición asumiera el poder tras décadas de lucha desde las sombras, escondites y calabozos.
Pero, además, a partir de Putin, quienes gradualmente tomaron el control del poder en Rusia fueron miembros de pequeñas mafias dentro de esos estamentos comunistas, especialmente centrados en la ciudad de San Petersburgo. Para ellos, el poder era un botín y el tan mencionado "interés nacional ruso" eran meros pretextos para aprovecharlo.
Como buenos soldados del Partido Comunista, aprendieron que el poder no se comparte, se monopoliza, y cualquier fuente alternativa debe ser aplastada sin piedad antes de convertirse en una potencial amenaza.
Putin dominó esta mafia de San Petersburgo y, habiendo sido agente subalterno de la KGB (un simple teniente coronel), buscó fortalecer a su sucesora, la FSB, en detrimento del ejército. Una fuerza armada poderosa, bien armada y entrenada habría representado un riesgo inaceptable para su poder personal.
Además, Putin quería proyectar un poder global, algo que, como hemos comprobado, supera las capacidades actuales de Rusia. Y quería hacerlo a través de "testaferros" que diluyeran el poder de los militares oficiales. Era matar dos pájaros de un tiro desde la perspectiva del autócrata.
Aquí es donde entra en escena el Grupo Wagner, un auténtico ejército mercenario que ha tenido un papel destacado en Siria y en diversos conflictos en África Central, Mali y, por supuesto, Ucrania. Se estima que el Grupo Wagner controla entre 25,000 y 50,000 soldados y serían las tropas más brutales y efectivas de las que se vale Rusia en su aventura bélica.
¿Cómo interpretar el motín de los mercenarios?
En primer lugar, evidencia un deterioro del poder de Putin, una pérdida de miedo y respeto.
En segundo lugar, reflejaría un creciente sentimiento en la tropa rusa de que los están enviando a una guerra sin sentido, sin recursos, sin planes lógicos y sin ningún apoyo logístico. Las declaraciones del jefe de los ejércitos de Wagner, Prighozin, aluden a ese sentimiento y parecían apostar a que las órdenes de Putin de sofocar su revuelta fueran ignoradas (como sucedió en 1917 con la Revolución Bolchevique).
Aunque el motín haya fracasado, al menos por ahora, ha dejado al descubierto al Emperador. Putin ya no es tanto un autócrata temido como un peligroso bufón que no acierta una. Si Putin sale bien librado de su absurda y mal concebida guerra, no será por su propia habilidad, sino por la suerte o algún cambio político repentino en EE.UU. y Europa. Sin embargo, las oportunidades para que eso ocurra (que las hay) parecen muy lejanas.
Lo que sí me resulta verdaderamente inescrutable es qué piensa Xi Jinping sobre este embrollo. Sobre eso nos ocuparemos en una entrega posterior.