EditorialLunes, 10 de julio de 2023
La Batalla de Huamachuco, 140 años después

En este día, queridos lectores de El Reporte, recordamos una ocasión trascendental en la que el ejército peruano del centro se enfrentó a su último suspiro de resistencia contra el invasor chileno, en el marco de la guerra que se desató por la codicia del guano y el salitre.

El Brujo de los Andes.

Hace 140 años, en un día como hoy del año 1883, el valeroso general Andrés A. Cáceres lideró a las cuatro divisiones contra las fuerzas del coronel chileno Alejandro Gorostiaga en la llanura de Purrubamba, ubicada en Huamachuco, La Libertad. Cáceres presentó un plan para atacar al enemigo y desgastarlo gradualmente, pero el tiempo se convirtió en su oponente, ya que no toda la región respaldaba al ejército del centro, sino también a Iglesias. Además, las desavenencias entre los coroneles Francisco de Paula Secada e Isaac Recavarren impidieron llevar a cabo un ataque conjunto. Así, en medio de esta realidad tan humana y peruana, comenzó la batalla en la mañana del 10 de julio, con avances favorables para las fuerzas peruanas.

La victoria parecía sonreír al ejército del centro; sin embargo, tanto la logística como la disciplina jugaron en su contra. Después de dominar la llanura de Purrubamba y superar los parapetos incas en el cerro Sazón, haciendo retroceder a las tropas chilenas hasta la cima, se produjo un repliegue desesperado en busca de municiones. Según las memorias de Cáceres y el historiador Jorge Basadre: "Cinco horas largas de combate habían consumido los suministros peruanos y, además de la escasez de municiones, también carecíamos de bayonetas, esenciales para el combate cuerpo a cuerpo".

Ante estas nuevas circunstancias, la infantería y la caballería chilenas lanzaron un contraataque efectivo, matando a las dotaciones de la artillería peruana que descendían desde el cerro Cuyulga. Los animales de carga se dispersaron y, así, quedó abandonada nuestra artillería.

Dicha batalla fue la última de la Guerra del Pacífico.

Está claro, estimados lectores, que nuestro valeroso ejército sufrió la falta de eficiencia logística, tan vital para el aprovisionamiento de las fuerzas. Las razones son evidentes: la falta de unidad nacional, la mezquindad y el sabotaje entre los peruanos. De esta manera, el Perú perdió su última esperanza de resistencia y, sin quererlo, alimentamos negativamente una parte de nuestra peruanidad con expresiones tan nuestras que siempre nos excusan, como el "casi" o "jugamos como nunca, pero perdimos como siempre", entre otras. La victoria fue de Chile. La consecuencia inmediata: la firma del Tratado de Ancón.

El saldo humano de esta batalla fue de aproximadamente 700 fallecidos y un número considerable de heridos y prisioneros, sin contar la Gloria que quedó excluida del lado de los vencedores. Sin embargo, reconocemos el valor, el sacrificio y el patriotismo de las fuerzas peruanas. Este reconocimiento, no obstante, no debe cegarnos a la hora de identificar las lecciones y aprender de ellas.

Una de estas lecciones, que fácilmente se puede trasladar al presente, se refiere a la importancia de la unidad frente a la adversidad. Desde que Mariano Ignacio Prado abandonó el país en noviembre de 1879, nuestra nación presenció la sucesión de cuatro presidentes hasta 1884: Piérola, García Calderón, Montero e Iglesias. Todos ellos, sin duda, tenían la visión de poner fin de manera honorable a la guerra que Chile y Bolivia habían desatado, pero los egos, la mezquindad, las rivalidades y la falta de humildad frente al bien común terminaron hundiendo al país.

En medio de ese escenario abrumador para aquellos hombres de bien, la batalla de Huamachuco, con todas sus falencias internas y humanas, no puede pasar desapercibida. En ella, valientes peruanos, tanto militares como marinos, murieron por la esperanza llamada Perú. Es importante destacar la presencia de los oficiales de marina que participaron en este último gran sacrificio de los defensores. Ellos, como Germán Astete, Leoncio Prado y Máximo Tafur, y en especial el primero, no se quedaron de brazos cruzados ante la falta de unidades navales que comandar. Al contrario, tuvieron la iniciativa de ofrecer sus esfuerzos en favor de la resistencia nacional en un terreno ajeno a la naturaleza de su profesión. No se amedrentaron. ¡Qué gran lección de verdadero amor por la Patria y cuánto nos falta, a 140 años de sus sacrificios, aprender de ellos!

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