Un procurador del Ministerio del Interior ha dicho que calculan que los manifestantes convocados por comunistas y caviares para la próxima semana serán entre 2,000 y 12,000, un rango muy amplio pero, en cualquier caso, insignificante.
Lima tiene poco más de diez millones de habitantes. Por tanto, en el mejor de los casos para los izquierdistas, las masas movilizadas equivaldrían al 0.1%, una proporción exigua.
En realidad, no pueden congregar ni al 0.1% de los habitantes de la capital, por lo que el grueso de sus huestes será acarreada desde provincias.
Eso ya fue patente en los primeros meses del año, cuando los partidarios del delincuente recluido en Barbadillo, tampoco pudieron reunir mucha gente en Lima y se dedicaron a asaltar, quemar y destruir, la única manera de hacerse notar.
Esta vez harán lo mismo, provocarán violentamente a la Policía Nacional y causarán todos los destrozos posibles para conseguir sus propósitos.
La fecha escogida pretende conmemorar el paro del 19 de julio de 1977, que fue exitoso para los que lo promovieron en el sentido que paralizó Lima (en Arequipa, Cusco, Moquegua y el sur fue débil porque los paros habían empezado en junio) y se produjeron violentos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los manifestantes, con el saldo de 6 muertos y decenas de heridos. Estos sucesos aceleraron la decisión del gobierno militar de convocar a una constituyente en 1978 y elecciones generales en 1980.
En esa ocasión, el hartazgo con la Junta Militar se incubó por el brusco frenazo de la economía y la frustración de las enormes expectativas que había generado el rápido crecimiento y los cambios sociales entre 1968 y 1975. La política populista del gobierno del general Juan Velasco favoreció un crecimiento espectacular de la industria. Miles de campesinos migrantes, desarraigados por la reforma agraria, se convirtieron en obreros y mejoraron sustantivamente su nivel de vida. Se crearon 4,000 sindicatos –más que en toda la historia-, que obtenían periódicamente importantes reivindicaciones.
Pero como toda política populista, fracasó. El puntillazo se lo propinó el alza de los precios del petróleo en 1973 y para 1975 todo el esquema se desmoronaba. Velasco fue derrocado por el general Francisco Morales Bermúdez que contuvo el descontento declarando el estado de emergencia en todo el país, prohibiendo la huelgas y estableciendo el toque de queda en Lima. Pero finalmente la explosión se produjo.
En suma, fue el típico caso en que un rápido crecimiento y mejora del nivel vida de la población, genera enormes expectativas. Se cree que la situación seguirá mejorando indefinidamente. Cuando eso se detiene bruscamente, se produce el estallido social.
Por supuesto, ese no es el caso ahora. El descenso de la velocidad de crecimiento empezó con Ollanta Humala y el deterioro se aceleró con el funesto gobierno del Lagarto y la coalición vizcarrista. El hundimiento vino con el delincuente preso en la Diroes.
El ánimo que parece predominar ahora es de resignación, acompañado de la angustia de obtener lo indispensable para sobrevivir. Esto, por supuesto, no excluye esporádicas explosiones de descontento.
No existe tampoco un horizonte de cambio. El Gobierno y el Congreso tienen una bajísima aprobación, pero los que quieren derrocarlos también. Ninguno de los cabecillas que promueven la asonada tiene respaldo popular, ni es visto como una opción mejor a los actuales gobernantes. Es decir, no existe una ilusión de cambio como en 1977, en que la alternativa a la dictadura militar era el retorno de la democracia, elecciones libres y gobierno civil.
En síntesis, los comunistas y caviares preparan una violenta algarada para tratar de mantenerse vigentes, en momentos en que están perdiendo posiciones a todo nivel. Son pocos, insignificantes. Si el Gobierno actúa con energía y decisión –lo que no es seguro-, podría evitar desenlaces dañinos.