OpiniónDomingo, 6 de agosto de 2023
De baños, imposición y hegemonía, por Pancho de Piérola

Hace un mes comenzó mi programa “Mundos Paralelos” en Canal N. Me permito la licencia artística para hacerme un poco de publicidad, ya que existe una paralela reciprocidad con el director de este medio. La amistad y la “jurisprudencia” del programa me respaldan. Cada semana ha sido un reto y esta pasada no fue distinta.

El lunes tocamos un tema que no debería ser polémico, pero lamentablemente lo es. Los baños del aeropuerto Jorga Chávez permiten el ingreso según la percepción del individuo y no según la biología, como ha sido por siglos. Una señorita, Olga Izquierdo, se hizo viral en redes al filmar los susodichos baños y luego documentarse en video mientras pedía explicaciones al personal del aeropuerto. Ella fue mi invitada y su preocupación por el posible ingreso de hombres que declaren ser mujeres al baño de damas fue considerado como un acto de discriminación, transfobia, discurso de odio y propagación de fake news. Al menos así se vio en el mundo paralelo de twitter.

Los calificativos peyorativos me salpicaron a mí y a quienes nos apoyaban, y es que por décadas el progresismo ha construido una hegemonía narrativa donde, en nombre de la justicia social y de su superioridad autopercibida, ellos tienen la razón. Siempre. ¿Pero hay razón en la intolerancia discursiva de quienes ostentan las banderas de la tolerancia?

Llamar a una persona transfóbica es una declaración con una carga de imposición ideológica. El progre presume que todos somos progres. Está convencido de que este marxismo cultural es el estado natural del ser. El Nirvana se encuentra en el caviarismo barranquino.

La realidad es que la palabra género no había sido usada para referirse a personas hasta la década de los 60, cuando un pervertido llamado John Money empezó a acuñar lo que sería, décadas más tarde, este delirio de la ideología de género. El género tampoco se encuentra en nuestro marco jurídico. No está en la constitución, no está en el código civil. Solo existe en la mente de estos fanáticos que confunden moda con progreso y persiguen la nueva corrección política del momento para tener aprobación barata sin esfuerzo real.

“Deja que hagan lo que quieran”, me dicen a veces. “¿Qué te importa?”, preguntan. El problema está en la normalización de un comportamiento dañino. Si se valida que las nomenclaturas biológicas hombre/mujer son en realidad un conjunto de ideas, emociones y percepciones, que nada tienen que ver con el sexo se está validando que niños y adolescentes se sometan a tratamientos hormonales y quirúrgicos irreversibles.

Existe sexo, orientación sexual y personalidad, pero ahora se quiere convertir esa personalidad en un género, permitiendo que ya existan 57 género y contando. El adolescente y el niño, desesperados por atención y convencidos de que son merecedores de todo sin esfuerzo, buscará, entonces diferenciarse no por mérito, sino por victimización, alegando que su personalidad única es un género nuevo, un género rechazado por la sociedad heteropatriarcal capitalista y que, por ellos, se le debe premiar con oportunidades y derechos para equilibrar la balanza injusta.

No debemos odiar a una persona cuya percepción sobre sí misma es distinta a la realidad. Debemos ayudarla a que se reconcilie con su naturaleza inmutable. Y el primer paso para lograrlo es frenar la propagación del género como cultura, ley y doctrina.

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