EditorialLunes, 21 de agosto de 2023
Milei y el precipicio

Hace poco más de una semana, el candidato a la presidencia de Argentina, Javier Milei, sorprendió a propios y a ajenos al acumular la más abultada votación en las elecciones primarias de su país. Buena parte de la prensa internacional ha quedado desconcertada por el fenómeno que Milei representa: el candidato le ha declarado la guerra al Estado en el país que más ha dependido de este durante los largos años de gobiernos peronistas. Se ha dicho en demasiados sitios que Milei es un liberal a ultranza y se ha dicho que, a la vez, es un fascista. Se ha insinuado que Argentina está, tras su victoria, al borde de un precipicio. En El Reporte consideramos que esto no es cierto. Lo que ha quedado frente a un precipicio es el lenguaje, que ha sido evacuado sistemáticamente de contenido.

Buena parte de la prensa ha perdido el cuidado a la hora diferenciar categorías políticas en el debate público. Así, por ejemplo, se ha hecho posible decir sin mayor empacho que un candidato puede, al mismo tiempo, ser liberal y fascista. ¿Cómo podría ser esto posible? El liberalismo es un sistema de ideas que aboga por la primacía del individuo y por la limitación del poder del Estado. El fascismo, por su parte, necesita del Estado para promover ciertos valores. Un liberal quiere quitarle poder al Estado; un fascista quiere concentrar el poder en un Estado grande y fuerte. La cuestión está en que la izquierda ha reemplazado el contenido de la palabra fascista. Para la izquierda de hoy, un fascista es todo aquel que no acepte la integridad de sus ideas y presupuestos.

La prensa, que tendría que ser una guardiana de las palabras y una mesurada administradora de la verdad, ha cedido ante el juego de la izquierda y ha incorporado sus malintencionadas mutilaciones lingüísticas a su ejercicio cotidiano. La prensa ha erosionado los conceptos sobre los que el debate público opera y ha empujado a sus seguidores a un precipicio de ideas en donde todo lo que resulta complejo se convierte en ultra y todo lo que es contrario pasa a ser fascista. Es por eso por lo que la prensa ha dejado de poder explicar la realidad a la que interpela. Es por eso que hay una distancia cada vez más agobiante en la realidad fabricada por la prensa y la realidad en la que habitan los ciudadanos. Es por eso, finalmente, que la prensa tradicional está en vías de extinción.

Dicho lo anterior, cabe resaltar que -de triunfar en las elecciones próximas- el reto que Javier Milei enfrentaría no es pequeño. La economía argentina pasa por un proceso similar al que asaltaría a un adicto a la heroína. Años de populismo y farra discal han llevado a la economía argentina a la constante alucinación y al placer inducido de manera inorgánica. La promesa de Milei es la de una sobriedad y una luz al final del túnel; sin embargo, antes de llegar a esa sobriedad es necesario pasar por la incómoda abstinencia. La pregunta no es si el corazón de las políticas económicas de Milei es el adecuado, sino si podría maniobrar políticamente al país durante los años en los que la adicción populista deje de tener efecto. Evidentemente, desde aquí queda solo desearle lo mejor a Argentina.

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