Argentina y Perú se parecen en un punto: son países insólitos que sólo se pueden entender viviendo en ellos. El proceso electoral que acaban de tener los hermanos argentinos ha llamado la atención porque nadie entiende cómo es posible que el actual ministro de Economía, Sergio Massa, haya ganado la primera vuelta cuando en su gestión se ha duplicado la inflación (138,3% anualizada); la pobreza alcanza al 40% de su población y el dólar está por las nubes. ¿Cómo es posible que el electorado premie a su verdugo es la pregunta que muchos se hacen?
El ex presidente uruguayo, José Mujica, lanzó una sugerente teoría. Sostuvo que la Argentina tiene “un animal mitológico llamado peronismo” capaz de causar situaciones extrañas como el triunfo de Massa. Ingeniosa opinión pero no es cierta. En mi opinión, el autor del triunfo de Sergio Massa ha sido, paradójicamente, Javier Milei.
Lo primero a tener en cuenta es que Sergio Massa no es peronista, incluso ha sido un opositor que luego decidió tomar la función de ministro de Economía para tener una palestra en su ruta a la presidencia que busca hace años. Es verdad que su pésima gestión tendría que haberlo destinado a la debacle pero eso no sucedió porque Massa es un político muy hábil. Distingamos: buen político no significa buen gobernante, pero las elecciones las ganan los políticos.
Massa optó por hacer política maquiavélica, que es la más eficaz. Se distanció del kirchnerismo y, a la vez, se sirvió del aparato peronista para llegar a las bases. Al ser un candidato que ejerce el poder tomó medidas dirigidas a los exhaustos bolsillos argentinos y sumó votos. Luego, difundió mensajes apocalípticos que asustaron a los electores. La clave se la dio Milei que proclamaba, a los gritos, retirar los subsidios a una población altamente subsidiada y le sirvió en bandeja los argumentos a su rival. Un ejemplo: el pasaje del transporte público cuesta 50 pesos porque está subsidiado. Massa difundió que, si Milei quitaba ese subsidio, ese pasaje pasaría a costar 700 pesos.
En una palabra, Sergio Massa sabe que el populismo y el miedo funcionan como una droga tan potente que el verdugo puede pasar por redentor.
Por su parte, Javier Milei cometió todos los errores posibles. Hasta las elecciones primarias, había sido un notable candidato porque logró convertirse, en apenas dos años, en presidenciable y cuando le colgaron los carteles de “ultraderechista” y “fascista” su respuesta fue inteligente: contestó cada ataque descalificador con sólidos conocimientos de economía e historia. Con esas armas, sazonadas con ironía y agresividad, desbarató la vieja y ruin argucia de la izquierda que, en lugar de debatir, busca desprestigiar al rival.
En esa batalla, Milei tuvo el enorme logro de instalar en el escenario continental que una opción de derecha es factible y no tiene por qué ser descalificada por el solo hecho de proponer la opción liberal. Ojo: no el mercantilismo que, en el Perú, algunos han vendido como liberalismo. Todo país necesita estabilidad económica y esa estabilidad, en estos tiempos, guste o no, proviene del esquema liberal que postula el libre mercado. A final de cuentas, en el recuento histórico queda claro que el capitalismo crea riqueza e injusticia social y el socialismo pobreza y dictadura. Es cuestión de optar entre dos imperfecciones.
Hasta allí iba bien Milei pero, en la recta hacia la primera vuelta, olvidó que en la política, al igual que en la vida, se requiere de matices. No se percató que a los electores se les conquista y para conquistarlos no sirven los mensajes radicales, los anuncios de feroces ajustes y el corte sin piedad de ciertos privilegios. Milei, envalentonado por su triunfo en las primarias —un triunfo apenas declarativo— se creyó cuasi presidente y olvidó una regla elemental en elecciones: el sufrimiento no se anuncia. Si un cirujano le describe al paciente el tormento de una arriesgada cirugía, este tendrá miedo y se negará a ir al quirófano. Eso hizo Milei: inocular miedo al votante y el miedo en política es un poderoso argumento que le sirve a quien sabe usarlo y Massa lo supo utilizar.
Asimismo, Milei apostó al estado de ánimo de los argentinos, al cansancio de décadas con recurrentes crisis económicas pero olvidó que el votante es voluble y temeroso, mucho más si los mensajes provienen de un hombre excéntrico que se mostraba como un afiebrado radical que anunciaba la refundación de la República Argentina en medio de una tremenda crisis. La gente quiere una mínima tranquilidad y entre la promesa del paraíso que no ve y lo poco que tiene en la mano, elige el presente por duro, escaso y angustiante que sea.
Así, Argentina ha llegado a una paradoja: Javier Milei tiene las ideas para lograr que la Argentina vuelva a ser el país sólido que merece ser y el faro cultural que siempre ha sido. Sergio Massa es el político tradicional que hará todo lo necesario para llegar al poder y después verá qué hace. Para ponerlo en peruano, a Milei le ha ocurrido lo mismo que le ocurrió a Mario Vargas Llosa cuando, en 1990, lo derrotó un desconocido Alberto Fujimori.
¿Quién saldrá triunfante en los comicios del próximo 19 de noviembre? Si nos guiamos por lo visto anoche, Milei está en problemas. Sergio Massa dio su discurso en un escenario solo para él anunciando que no hay peronismo ni kirchnerismo a su lado. Se mostró como un nuevo candidato, dialogante y aglutinador. Milei siguió gritando desde una tribuna desordenada llena de gente. En medio de una crisis suele ganar el que transmite serenidad, no importa si está mintiendo.