OpiniónMiércoles, 25 de octubre de 2023
Bola al centro, por César Astudillo
César Astudillo
Ex jefe del Comando Conjunto

No debemos creer en consignas ideológicas de ningún extremo que nunca han traído desarrollo, solo dolor y miseria. Debemos entender que no habrá paz, democracia ni desarrollo mientras no exista una política que priorice la inclusión social en los objetivos nacionales. Nos guste o no, siempre debemos velar y luchar por el pueblo. Aunque suene populista, es la verdad. Es momento de entender que, sin una distribución equitativa de la riqueza, seguiremos en protestas interminables.

Decir que los gobernadores regionales son incompetentes en la administración de los fondos que se les entregan es no comprender la realidad nacional en absoluto. Además, seguir depositando todas las esperanzas en la Agenda 2030 como una solución milagrosa es aún peor; eso sí que es una ceguera completa.

Las ideologías nos han impuesto una elección binaria perversa: eres de derecha o eres de izquierda, eres mi amigo o eres mi enemigo. Ahí es donde la socialdemocracia emerge como una alternativa, que en el pasado representó las principales transiciones posguerra. Sin embargo, con el tiempo se ha alineado más con discursos de izquierda, hasta confundirse con ellos. Nadie quiere ocupar el espacio vacío que queda, quizás porque parece tener poca representatividad política. A pesar de ello, muchas personas creen que es la solución. Esta incredulidad se debe, tal vez, a la aparición de un variopinto grupo de denominaciones: liberalismo (que no es nada nuevo), conservadurismo, progresismo, humanismo, etc. Cada uno operando de manera independiente y, en ocasiones, incluso compitiendo entre sí.

Los desacuerdos en la derecha se enfrentan a una izquierda que generalmente permanece unida. Salvo el ya desgastado Consenso de Washington, la izquierda siempre está respaldada por alianzas como el Grupo de Puebla o el Foro de Sao Paulo, e incluso por las antiguas cumbres internacionales. La izquierda ha enfrentado golpes importantes, como la Perestroika, la Glasnost, la Caída del Muro de Berlín, la Nueva Política China, Putin, etc. Pero tiene una notable habilidad para reinventarse. Ahora, su nuevo objetivo es controlar el hemisferio, convirtiendo los organismos regionales en estructuras permanentes y socialistas desde su base.

Mientras la riqueza en Perú siga distribuyéndose de manera desigual, seguiremos siendo testigos de nuevos levantamientos senderistas y la aparición de nuevas tendencias extremas. En tiempos de crisis, las masas, es decir, el pueblo, siempre responden a dos impulsos psicológicos ineludibles: el miedo y la esperanza. Cuando una parte significativa del pueblo siente que no hay esperanza, recurre a cualquier entidad que le ofrezca aunque sea una chispa de esperanza, ya sea levantando un fusil o defendiendo la hoja de coca. Siempre habrá un frente de lucha contra la injusticia, tal como la conciben.

Tomemos el tema de la seguridad ciudadana como ejemplo. Un experto en este campo me dijo: "No entiendo, el 70% no tributa. ¿Qué tipo de seguridad esperan? Hacer esta pregunta puede no ser popular, pero es necesaria. Debemos emprender procesos disruptivos que generen el bienestar común. Esto implica que todos, absolutamente todos, deben contribuir y perseguir a los evasores como si fueran delincuentes.

Claro que podemos tener una agenda peruana que satisfaga a la gran mayoría. Hay objetivos que todos compartimos: ciudades 100% seguras, cero anemia, mejores escuelas, un sistema de salud mejorado, y un Estado que funcione eficazmente. Para reducir la pobreza, no podemos depender de emisiones de dinero sin respaldo o préstamos con tasas crueles. Necesitamos inversión privada y la creación de empleos para impulsar el mercado. La mejor manera de atraer inversiones es un Estado que lo promueva. Si no sabemos hacia dónde vamos, no podemos establecer metas.

Reconozcamos que la izquierda está en constante metamorfosis sin abandonar sus principios fundamentales, como "del campo a la ciudad", "salvo el poder todo es ilusión" y "el poder nace del fusil". Sin embargo, cuando estas frases quedaron obsoletas, apareció Gramsci, contradiciendo a sus predecesores y enfocándose en una nueva batalla cultural. Su estrategia consiste en no atacar, sino apropiarse de las superestructuras de la sociedad: educación, cultura, justicia y las instituciones que representan la familia, el ejército y la iglesia. Si estas instituciones y superestructuras se convierten en aliados, serán las armas más poderosas de la izquierda.

Hemos sido testigos de cómo la izquierda adopta nuevos métodos y formas de protesta, así como la constante llamada a cambiar las constituciones. Estas nuevas propuestas generan discordia e inestabilidad, mientras que la derecha carece de ideas frescas. Aunque a muchos no les guste admitirlo, vemos cómo muchos jóvenes y niños han sido influenciados por estas tendencias perniciosas.

Podemos observar que el centro, que hasta ahora ha estado vacío, podría ser ocupado por la izquierda organizada y adoctrinada con los emblemas de la nueva agenda. Esta agenda ha confundido a la población con una variedad de términos. El caso argentino es un ejemplo que muchos peruanos observaban con escepticismo. La irreverencia y la audacia no siempre son buenos consejeros. Nunca debemos confundir la popularidad en las redes sociales con el apoyo real de la población; esto es una interpretación errónea.

Los diferentes frentes políticos pueden tener intereses comunes, quizás impulsados por la convicción democrática y patriótica. Sin embargo, el motor que impulsa estos intereses es el interés propio o la conveniencia. Hasta ahora, no hemos visto propuestas inteligentes de referencia, posiblemente debido a la costumbre mediática de respaldar al primero que alza la voz, lo que resulta en un menú electoral poco atractivo. Todos están esperando que se den las "condiciones", nadie quiere arriesgarse.

Quizás esto esté sucediendo con el señor Añaños, a quien algunos ya quieren descalificar sin siquiera haber escuchado su propuesta en un foro.

Más del 80% de los peruanos se consideran de centro o desean serlo. Sin embargo, los partidos políticos no están capitalizando esta tendencia. El caudillismo prevalece, con líderes que afirman "o yo o nadie".

Entonces, ¿dónde nos ubicamos? ¿A quién debemos seguir? ¿Por quién debemos votar? Estas son las preguntas que muchos peruanos deben estar haciéndose en este momento, especialmente después de ver los resultados en Argentina y los nuevos movimientos en Venezuela. Aunque parece difícil, no es imposible pensar en la posibilidad de un candidato de centro. La principal condición que el empresariado impondrá a la clase política es la unidad de la representación, ya que atomizar el voto conducirá al mismo resultado. Es probable que veamos a más personas evitando las elecciones y yéndose a la playa en el día de las elecciones.

El centro es a lo que apostamos. Dejemos atrás los vaivenes y las propuestas populistas. Necesitamos líderes que entiendan de geopolítica, economía y, sobre todo, la realidad nacional. Deben comprender que el corazón del Perú no late en una tienda política, sino en las innumerables comunidades que componen nuestra realidad, con sus diferencias y diversidad. Estos líderes deben comprender que la producción debe ser impulsada desde la derecha y la distribución desde la izquierda. Hacerlo al revés es un camino suicida. Necesitamos líderes que generen empleo y demuestren liderazgo a través de planes concretos en seguridad, la lucha directa contra la pobreza y la promoción de una identidad nacional fuerte.

El documento de CEPLAN al 2050 ofrece una visión, objetivos nacionales, metas y acciones estratégicas. Los candidatos no deben alejarse de esta propuesta. El centro debería celebrarlo, ya que se alinea con su visión. La pelota está en el campo; solo falta ponerla en el centro.