Llegados al término del mes morado, mes del señor de los Milagros, me ha parecido oportuno hacer una reflexión en torno a la vida espiritual de los peruanos. Quiero decir que el Perú tiene una manera particular de vivir su fe, una forma que se puede localizar y palpar. Si uno observa los elementos artísticos presentes en las iglesias del país, puede llegar a observar ciertos rasgos característicos. Sugiero visualizar la postura de los Cristos que salen en procesión cada cierto tiempo. Muchas veces se escenifican especialmente los momentos dolorosos de la vida de Cristo. Esta expresión artística y espiritual tiene su origen en el barroco español y la podemos catalogar como dolorista. Los artistas del barroco buscaban hallar formas lo más realistas posibles que reflejaran fielmente los episodios de la vida de Cristo. Así, se hace popular dramatizar su “pasión” en especial. Los momentos de sufrimiento y vejación sufridos por Jesús son resaltados especialmente en el imaginario religioso hispánico. Pensemos también en las vidas de ciertos Santos. Por ejemplo, la vida de Santo Rosa de Lima nos revela una espiritualidad marcada por el dolor y el sufrimiento. Su vida escenifica en carne propia una persona que asume la cruz de Cristo. Este es un motivo evangélico. El Salvador pide que los que le siguen “cojan su cruz” y le sigan. Esto quiere decir que cada quién deberá asumir ciertas cargas propias de la vida religiosa, cargas que eventualmente le conducirán por el camino de la salvación.
Sin embargo, quisiera hacer hincapié en algo que no resulta visible a primera vista. Quizás el dolorismo de la vida espiritual peruana refuerce algo que no es del todo evangélico, sino más bien parcialmente evangélico. Es verdad que la cruz es propia de toda vida cristiana. Al mismo tiempo, se olvida que la vida de Jesús de Nazaret no solo contempla su pasión, sino también su Resurrección. La fe en este evento aglutina la totalidad de la esperanza cristiana. Esta puede ser una parte que la espiritualidad peruana no refleja comúnmente. Pareciera que nuestra vivencia espiritual fuera exclusivamente aceptar con resignación religiosa el dolor. No obstante, la visión cristiana del mundo también asume el triunfo del espíritu divino sobre el mundo. No es exclusivamente una visión de sufrimiento terreno y de bienaventuranza ultraterrena. Es la llegada de un cambio drástico en nuestras vidas capaz de generar una nueva estructuración del tiempo. Cristo ha salvado a la humanidad. Este hecho implica un triunfo acabado y un triunfo por llegar.
Me sorprende que el pueblo peruano, haciendo una generalización obviamente, se obstine tanto en ver la vida como una fatalidad. Es verdad que nuestra situación es peor que la de muchos países vecinos. Sin embargo, una mirada más justa de la realidad, incluso desde los ojos de la fe, es capaz de mirar al futuro con esperanza.