Estados Unidos, en relación con América Latina, ha mantenido a lo largo del tiempo una política exterior errática. Desde las décadas en las que no dudaba en desplegar marines en las costas de países de la región, con el claro propósito de defender sus intereses e inversiones, pasando por la Alianza para el Progreso en los años sesenta del siglo pasado y el apoyo a las dictaduras del Sur de América en los años setenta, sin obviar que con el presidente J. Carter, la administración norteamericana respaldó los procesos de retorno a la democracia en ciertos países. Tras los grandes cambios a nivel global y el fin de la Guerra Fría, los Estados Unidos no solo firmaron un Tratado de Libre Comercio con Canadá y México en 1994, sino que bajo el liderazgo del presidente Clinton se planteó la formación del ALCA para promover el Libre Comercio en las Américas.
Hacia finales de la década de los noventa, parecía inminente el fin de la larga dictadura castrista en Cuba. Sin embargo, el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela significó un giro en la política latinoamericana. La dictadura cubana sobrevivió con la generosa ayuda del gobierno de Venezuela, acentuándose la presencia de la inteligencia cubana en el gobierno de Caracas e incluso cobrando cada vez mayor peso al interior de las instituciones armadas y las fuerzas del orden. Bajo el influjo del Foro de Sao Paulo, con la llegada del Partido de los Trabajadores al poder en Brasil, se fue perfilando un bloque político latinoamericano que, en un contexto internacional favorecido por el alza de los precios internacionales de las materias primas y especialmente por la exponencial alza de los hidrocarburos, pudo contar con ingentes recursos fiscales para incrementar el gasto público y dar muestras de una falsa prosperidad, sin medir las consecuencias a largo plazo.
Con el populismo desbordante, el derroche de recursos y el supuesto mesianismo de Hugo Chávez, que de manera dispendiosa entregó "barriles de petróleo" a países del Caribe, Venezuela fue forjando la quiebra de su economía. Por otra parte, Fidel Castro nunca tuvo interés en hacer de Cuba un país con una economía diversificada, en la que el talento y la innovación potenciaran el desarrollo de su juventud. Por el contrario, el castrismo utilizó sus triunfos deportivos como un arma de propaganda y se valió de la victimización como arma política, optando por la represión ante cualquier atisbo de oposición y dedicando toda su energía a apoyar los movimientos guerrilleros en América Latina primero, para luego urdir a través del Foro de Sao Paulo un plan de toma del poder a través de la vía electoral.
Estados Unidos no ha sabido hacer política. Hoy, sus dos grandes partidos son afectados por la nueva retórica de un globalismo avasallador y por la agenda 2030 de las Naciones Unidas. Si la Tercera Internacional fue durante la Guerra Fría un actor importante e inspirador de los partidos adscritos al Kremlin, hoy la política latinoamericana está marcada por nuevos actores políticos solventados por la cooperación internacional que recibe fondos de los magnates de la globalización y que incluso es financiada con fondos de agencias norteamericanas.
Por un lado, el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, por otro, la cooperación internacional y un discurso supuestamente inclusivo pretenden hegemonizar la política en estos tiempos. Estados Unidos se ve afectado por las consecuencias de una crisis migratoria sin precedentes, que no se resuelve con más presupuesto para las agencias responsables del control de fronteras ni con un papel más activo de ACNUR.
El presidente Biden cree equivocadamente en la palabra del gobierno de Nicolás Maduro y su supuesta voluntad de ir hacia elecciones limpias y transparentes. La dictadura de Maduro no cede. No seamos ingenuos: el castrismo y el chavismo en Cuba y Venezuela comparten estrategias y formas de hacer política. Cuba y Venezuela se ven aliviados con la migración forzada de sus connacionales y las remesas procedentes del exterior. Las dictaduras de Cuba y Venezuela, y los gobiernos de Nicaragua y Bolivia son la expresión más cabal del autoritarismo y del fracaso de las tiranías en América Latina. Nicolás Maduro es un operador político de La Habana, que cuenta con apoyo militar ruso, ayuda financiera china y mantiene lazos estrechos con Irán. Si la oposición venezolana respalda con decisión a la señora María Corina Machado, debe tener claro que la lucha contra las dictaduras nunca tiene fin.