La famosa frase 'lo personal es político', acuñada por Carol Hanisch durante el movimiento feminista en la década de 1960 y popularizada en su ensayo de 1970, resalta cómo nuestras experiencias personales están íntimamente ligadas al contexto político y social. En un giro interesante, y contemplando la reciente victoria de Javier Milei en las elecciones argentinas, me permito reflexionar sobre cómo esta relación puede ser recíproca: lo político también es profundamente personal. Esta polarización, evidente no solo en Argentina, sino en toda Sudamérica, nos invita a indagar en la influencia de la política en nuestras relaciones personales. ¿Por qué las ideas políticas tienen el poder de unirnos y, al mismo tiempo, de fragmentar lazos tan profundos como la amistad y la familia?
Para comenzar es importante aclarar que las ideas políticas no son meras opiniones pasajeras; están profundamente arraigadas en nuestra estructura de personalidad. Mirando a través de la lente de la psiquiatría y la psicología social, podemos ver que nuestras inclinaciones políticas a menudo reflejan rasgos de personalidad subyacentes. Las investigaciones en este campo sugieren que ciertas predisposiciones, como una necesidad de estabilidad y orden, pueden inclinar a las personas hacia ideologías más conservadoras. Por otro lado, aquellos que valoran la apertura y el cambio tienden a alinearse con ideologías progresistas. Estas tendencias no son simplemente preferencias casuales; son manifestaciones de cómo interpretamos y respondemos al mundo que nos rodea, moldeadas por una combinación de nuestra biología, experiencias y contexto social.
Sin embargo, más allá de meras preferencias partidistas, las ideas políticas son una extensión de nuestros valores más profundos y nuestra concepción del mundo. Diferentes ideologías políticas representan diferentes visiones del mundo y sistemas de valores. Por ejemplo, algunas personas valoran la autonomía y la libertad individual por encima de todo, mientras que otras ponen un mayor énfasis en la comunidad y la responsabilidad social. Estas diferencias no son triviales; hablan de lo que cada uno de nosotros considera moralmente correcto y justo; cabe resaltar que no tienen categoría de valor por sí mismas, en ambas y dependiendo de la perspectiva se encuentran argumentos a favor o en contra.
Es decir, que nuestra inclinación natural es buscar y mantener relaciones con personas que comparten nuestros valores y visiones del mundo. Esto se traduce en la tendencia a formar amistades y vínculos con aquellos que reflejan nuestras propias creencias políticas. La política, por lo tanto, se convierte en un medio para la conexión, pero también en una fuente potencial de conflicto cuando encontramos puntos de vista opuestos. El concepto de "cámaras de eco" es relevante aquí; nos conforta estar rodeados de ideas que refuerzan nuestras propias creencias, pero esto también puede llevarnos a una mayor polarización y aislamiento de otras perspectivas, dogmatiza y estanca el debate público, hacia el conflicto.
La victoria de Javier Milei es un claro ejemplo de cómo la política puede intensificar la polarización. En Argentina y en toda Sudamérica, esta victoria ha resaltado divisiones profundas en cuanto a ideales económicos, sociales y culturales. Estas divisiones no se limitan al ámbito público; penetran en las esferas más íntimas de nuestras vidas, afectando amistades, relaciones familiares y nuestras interacciones cotidianas.
Comprender la profundidad y la influencia de las ideas políticas en nuestras relaciones es crucial. Aunque puede ser desafiante, es importante fomentar el diálogo y la empatía, incluso frente a diferencias que parecen insuperables. Como sociedad, y especialmente en estos tiempos de intensa polarización, debemos esforzarnos por buscar puntos en común y apreciar la riqueza que viene con la diversidad de pensamiento. La política debe ser un puente, no un abismo, en nuestras relaciones humanas. Es crucial también reconocer que la convivencia social implica la libertad de expresar ideas diversas y, en ocasiones, incluso confrontarlas, pero siempre en un ambiente de respeto y comprensión mutua. La diversidad de pensamiento no solo es inevitable, sino también enriquecedora. Nos desafía a expandir nuestra perspectiva y a fortalecer nuestras convicciones a través del diálogo y la reflexión.
La salud de nuestras relaciones y de nuestra sociedad depende de nuestra capacidad para abrazar y respetar estas diferencias, encontrando en ellas no un motivo de división, sino una oportunidad para el crecimiento colectivo e individual. En última instancia, la riqueza de nuestras comunidades y nuestro crecimiento personal se miden por cómo manejamos nuestras diferencias, no por cuánto las minimizamos o eliminamos.