En el laberinto de regulaciones que define el sector salud en Perú, se esconde una verdad incómoda, pero ineludible: el exceso de regulación está asfixiando la innovación médica. Mientras países como Israel avanzan a pasos agigantados, explotando la sinergia entre la desregulación y el progreso tecnológico, Perú parece estancado en un burocrático letargo. Pero, ¿qué pasaría si nos atrevemos a desafiar el statu quo?
Israel, el llamado "Estado Start-up", se ha convertido en un faro de innovación médica, ostentando una de las tasas de patentes médicas per cápita más altas del mundo. Según un informe de Globes en 2018, Israel actualmente ocupa el quinto lugar a nivel mundial en patentes per cápita, reflejando un ecosistema que favorece la experimentación y la agilidad, donde las ideas rápidamente se convierten en soluciones tangibles.
¿Podría Perú replicar este modelo? La respuesta es provocadora, pero clara: sí, pero requiere un cambio radical en nuestra mentalidad regulatoria, que a menudo los políticos de turno refuerzan, creyendo o mejor expresado, haciéndonos creer que la regulación es la única salida, y pretendiendo establecer narrativas donde la desregulación es mal entendida como un abandono de la responsabilidad, cuando es una apertura a la innovación, lo que puede ser el catalizador que necesitamos.
Imaginemos un Perú donde los startups de salud puedan navegar un mar de oportunidades sin ahogarse en un océano de papeleo. Donde las regulaciones sirvan como un marco de referencia, no como un laberinto sin salida. Donde el talento peruano no tenga que migrar para florecer, sino que encuentre en su tierra un terreno fértil para sus innovaciones, en un campo tan importante y tan carente del mismo como el sistema de salud peruano.
Sin embargo, seamos claros: desregulación no significa desprotección. Un mercado saludable necesita reglas, pero estas deben ser escaleras que ayuden a escalar, no barreras que impidan el avance. El desafío está en equilibrar la necesidad de innovación con la protección de los pacientes, en encontrar ese punto dulce donde la creatividad y el progreso convivan armoniosamente con la seguridad y la eficacia.
El potencial de una desregulación inteligente es enorme: desde la aceleración en la aprobación de tratamientos revolucionarios hasta el impulso de la telemedicina, una herramienta vital en un país de geografía tan diversa como Perú. Podríamos ver un florecimiento de nuevas empresas y, con ello, un incremento en el empleo y en la competitividad internacional.
Es así que el Perú se encuentra en un cruce de caminos. Podemos seguir en la ruta trillada de la excesiva regulación o tomar el sendero menos transitado de la desregulación inteligente. La elección es nuestra, y el tiempo para decidir es ahora. La meta final es clara: una salud accesible y de calidad para todos, sobre todo para los que acuden al sistema de salud público, que somos la gran mayoría de peruanos, un ideal profundamente alineado con los principios de una sociedad liberal moderna. El cambio está en nuestras manos; la pregunta es, ¿tenemos el coraje de abrazarlo?