OpiniónMartes, 16 de enero de 2024
Nuestro sistema es un éxito, por Marcelo Rosales
Marcelo Rosales
Periodista de El Reporte

Hace unos días, me topé en las redes sociales con un speech del estrafalario dictador de Venezuela, Nicolás Maduro. Entre tantas sandeces que suelta con el propósito de atarantar a su público, captó mi atención cuando comparó a Miami con La Guaira, una ciudad en Venezuela que al igual que la primera está cerca de la costa.

Maduro dijo que Miami “es una sola calle que va pa’ allá y que va pa’ acá y unos edificios más o menos bien pintaditos” y que La Guaira es una “super ciudad” que le da “tres patadas a Miami en belleza, extensión, servicio, diversión y en todo”. Acto seguido, invitó a la gente de Miami a visitar la ciudad venezolana.

Esta comparación es evidentemente ridícula y falsa. Pero hay un propósito de fondo: mostrar que su sistema funciona. Aunque sea mentira.

No importa lo socialista y “antiimperialista” que un dictador pueda ser, lo cierto es que vender la prosperidad y el bienestar del “pueblo” traducido en infraestructura, es algo que podrá convencer a personas altamente ideologizadas y a uno que otro incauto.

Otro ejemplo es el de Corea del Norte, país que vive bajo el autócrata Kim Jong Un, donde se ha erigido un pueblo fantasma con motivos propagandísticos. En la frontera con su vecino del sur, se erige Kijŏng-dong, un pueblo meticulosamente construido por el régimen norcoreano para deslumbrar al mundo con una imagen farsante de prosperidad y normalidad.

Presentado como una granja colectiva con escuelas, hospitales y viviendas para 200 familias, Kijŏng-dong es, en realidad, un Potemkin (edificación que quiere dar la falsa ilusión de prosperidad al exterior) deshabitado. Construido en los años 1950 como parte de una estrategia propagandística, este pueblo pretende ser visible y audible desde el sur para fomentar la deserción y albergar a soldados en las fortificaciones a lo largo de la frontera. Para su mala suerte, no hay surcoreanos fuera de sus cabales que hayan sucumbido ante tan tentadora propuesta.

Los edificios de varios pisos, aparentemente lujosos para la época, resultan ser estructuras huecas sin ventanas ni habitaciones internas. Las luces, que se encienden y apagan mecánicamente, y las figuras que pasean por las calles, son actores destinados a preservar la ilusión de actividad. Kijŏng-dong solo es un símbolo de propaganda, donde la realidad se distorsiona para mantener una narrativa cuidadosamente elaborada.

Corea del Norte también tiene un edificio fantasma que ha dado mucho de qué hablar: el Hotel Ryugyong. Tras sus imponentes 330 metros de altura, que en su momento prometía ser uno de los edificios más imponentes del mundo, se esconde una historia de ambiciones fallidas, derroche económico y una falsa ilusión de progreso.

Según un informe de la BBC, es conocido como "el peor edificio del mundo" y catalogado como un "hotel fantasma". Se alza sobre Pyongyang una silueta sombría que contradice la narrativa oficial del régimen. Aunque su construcción comenzó en 1987, sus 105 plantas nunca han alojado a un solo huésped, convirtiéndolo en el rascacielos abandonado más alto del planeta. Un desperdicio total.

El gobierno norcoreano concebía el Ryugyong como un faro de modernidad, destinado a atraer inversores occidentales con la promesa de casinos, clubes nocturnos y salones de entretenimiento. Sin embargo, sus inicios triunfales se vieron truncados por problemas constructivos y una crisis económica que paralizó la obra en 1992.

La crítica a la calidad de sus materiales y medidas de seguridad fue tan intensa que la Cámara del Comercio de la Unión Europea en Corea del Norte lo definió como "irreparable", una vergüenza para las autoridades norcoreanas.

Aunque un conglomerado egipcio de telecomunicaciones se ofreció a repararlo e invirtió más de US$180 millones para resucitar el gigante de concreto, sigue sin abrir sus puertas al público. Las imágenes del interior revelan un espacio despojado y sombrío, distante de la opulencia prometida.

Pero no es algo en vano, su propaganda de alguna manera si cala en algunas personas: los desquiciados que se juntan en Plaza San Martín y uno que otro tuitero que, siguiendo los trends, dicen que el capitalismo ha fallado mientras muestran las mejores ciudades de países como China y Cuba para compararlas con partes feas de algunas ciudades de Estados Unidos o incluso de Perú. Por un lado, es ingeniosa estrategia y, por el otro, ¡Qué torpe caer en esta propaganda!

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