En el estado más salvaje de los seres vivos y por temas netamente instintivos, suelen haber agresiones. Nuestra especie no ha sido nunca la excepción y la historia lo prueba. Lo curioso con los humanos es que en ocasiones la violencia puede ser justificada o condenada por las masas.
La agresión a Dina Boluarte, el pasado sábado, ha generado un gran debate. Para algunos, solo fue una jaloneada de pelo a una “dictadora asesina” responsable directa de las muertes durante las protestas contra su gobierno. Sus detractores no solo aplauden, sino también se burlan del suceso en redes.
Ni siquiera consideran lo grave que es que una persona pueda siquiera tocar a la mandataria y las vulnerabilidades en la seguridad que este acto refleja, pero ese es otro tema. Lo importante para ellos es que le dan “su merecido” a ‘Dinamita Balearte’. ¡Que sienta el repudio del pueblo! Los más tibios se limitan a decir que, aunque la violencia no sea la respuesta, es un reflejo del sentir de la población. Bueno.
Ahora, utilizando el whataboutism, un recurso que odio y amo por igual, podríamos enfocarnos en las represalias de ciertos grupos (unos más extremistas que otros) contra los íconos de la izquierda y el progresismo.
Se me ocurre la falsa amenaza de muerte de hace unos meses a IDL, a esa izquierda que tanto le gusta burlarse de las interpretaciones semiológicas de la PNP, les bastó una rosita blanca en una botella para alarmarse. Esa ‘violencia simbólica’ debía condenarse, era un reflejo del auge de la “ultraderecha y las ideas autoritarias”. Malo. Aunque más adelante quedaría en evidencia que quien dejó la rosa era un simpatizante del medio dirigido por Gorriti.
O también cuando distintos miembros del grupo radical La Resistencia visitaban sus casas para hacer plantones y escraches. Malo.
En ninguno de los dos casos se llegó a agredir físicamente a las ‘víctimas’. Sin embargo, las muestras de solidaridad y rechazo a la violencia no faltaron. Aunque lo hicieron de manera exagerada, comprendían que la violencia y las amenazas no son la respuesta. Pero solo cuando es contra ellos o sus amigos.
El caso de Dina es el último, no el único. En 2020, un joven de lentes con evidentes problemas sociales se infiltró en una conferencia de prensa que brindaba el entonces congresista Burga. Acto seguido, no tuvo reparos en encajar un golpe en la cara al congresista que para ese entonces ya tenía más de 60 años. En ese caso, ¿es condenable la violencia? Para nada. El tipo, un donnadie hasta el día de hoy, se popularizó en redes y se hizo con miles de seguidores en sus redes sociales. Bueno.
Le tiran un cono al congresista Tubino, quien es un anciano, pero era justificado por la ‘indignación del pueblo’. Bueno.
Volviendo al tema de Boluarte, resulta que su agresora, quien se mostraba como una viuda desolada que no encontraba justicia después de tanto tiempo, posaba en sus redes sociales videos disfrutando su soltería. Pero no perdió apoyo del grupo de personas que la defendió.
Simplemente cambiaron el discurso con comentarios como: “cada quién vive su luto como le da la gana” o “no tiene que estar triste todo el tiempo” y, de hecho, es cierto. El problema es que quedan expuestos como personas que están dispuestos a apoyar a cualquier enemigo político que tengan sin importar a quién y es ahí donde está el verdadero problema.
Entonces, la próxima vez que veamos agresiones a alguna persona, se debe de preguntar quién es el agresor, quién la víctima, y sobre todo por qué lo hace. Muchos encontrarán la respuesta de su postura con la última pregunta.