OpiniónMiércoles, 31 de enero de 2024
La quinta columna, por Joaquín de los Ríos de la Torre

Durante las últimas tres décadas, hemos sido testigos de una sutil, pero persistente infiltración de corrientes progresistas en la conciencia global. Algo parecido ocurrió a principios de la Segunda Guerra Mundial, cuando elementos pro Nazis socavaban la unidad de sus países para facilitar el ingreso de las hordas de Hitler. A estos traidores los denominaron “La Quinta Columna”.

La irrupción de la pandemia de Covid-19 les ha facilitado la tarea, fortaleciendo un movimiento político de alcance mundial, con la clara ambición de reconfigurar el panorama global. Este fenómeno, que trasciende fronteras nacionales, busca establecer un gobierno único a nivel internacional y consolidar un poder sin precedentes sobre la población.

En su esencia, esta ambición representa diversas formas de colectivismo y corporativismo, aunque en ocasiones adopten la apariencia de capitalismo consciente o de inclusión.

En el actual escenario, se evidencia un proceso que implica la traición de una parte de segmentos privilegiados de la población hacia sus estados nacionales. Esta traición trabaja para suprimir la autonomía de los países, buscando el sometimiento a un único poder mundial. Este movimiento se apoya en la concentración de capital en manos de una minoría, prometiendo un mundo sin fronteras bajo la supuesta protección de derechos humanos superiores a los actuales.

La ideología subyacente a este proceso, conocida como "humanismo planetario", encuentra sus raíces en los “ismos” del siglo XX. Aunque emplea la democracia como instrumento político, distorsiona su verdadero significado. El control de la opinión pública y el adoctrinamiento a través de la educación reflejan un intento de limitar la libertad individual.

El grupo que lleva a cabo esta infiltración se presenta como ilustrado y guía de una época, que buscan imponer principios comunes a escala planetaria. Sin embargo, sus objetivos no contemplan aspiraciones individuales o sentimientos nacionales, queriendo suprimirlos, en aras de su utópico gobierno mundial.

Desde una perspectiva filosófica, la ideología se manifiesta como un humanismo ateo, defendiendo un materialismo radical y un monismo materialista. A través de la promoción de la tecnología y la aniquilación de las identidades individuales, persigue una igualdad ontológica y sustantiva que conduce a la supresión de la diversidad humana.

Esta ideología se refleja en políticas de control poblacional, migraciones masivas, promoción de derechos universales y la influencia en los medios de comunicación para difundir sus ideas. La agenda LGBTA-Z y el transgénero son ejemplos de este esfuerzo. La reacción a esta ideología se manifiesta en la formación de grupos políticos tradicionales y conservadores que resisten el cambio propuesto, generando conflictos a nivel global.

Es en este contexto que los Quinta Columnistas modernos actúan. Ya no allanan el camino a tropas Nazis marchando al paso de ganso, sino que, bajo el buenismo de la inclusión, atacan los principios sobre los que se construyó la civilización occidental. Este fenómeno, aunque significativo, es solo una parte de un conjunto más amplio de desafíos. Caracterizado por la concentración de poder en manos de unos pocos, estos traidores buscan suprimir las identidades nacionales y establecer un orden global, amparándose en principios que pretenden ser superiores.

Además, la intersección de los desafíos planteados por el progresismo global con la amenaza de estos Quinta Columnistas, que socavan Occidente desde dentro, abriendo deliberadamente las puertas a diversos peligros, requiere una respuesta decidida. En un contexto donde la democracia enfrenta riesgos inminentes, es crucial rechazarlos de manera categórica. Estos son los dignos herederos y émulos de quienes, hace 85 años, entregaron sus países a Hitler con la esperanza de ser los beneficiarios de sus favores.

Por otro lado, la resistencia a este golpe político mundial debe basarse en una defensa inquebrantable de la libertad, supremacía de la persona humana y autonomía de los estados nacionales, que son justamente los principios que abierta o solapadamente, según el caso, los traidores quieren eliminar. Para ello, es fundamental, por ejemplo, rescatar y preservar las tradiciones y los valores judeocristianos, como los principios imperecederos que nunca pierden vigencia. No se trata de crear un nuevo orden, recordemos que los totalitarios siempre quieren destruir el existente. Lo novedoso no siempre es mejor, es momento de despertar y no dejarse engañar por el aparente altruismo de esta ideología.

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