En este 14 de febrero, mientras el mundo se engalana con corazones y se sumerge en la dulzura del amor romántico, me atrevo a desafiar la narrativa convencional y explorar un amor más profundo y resiliente. Inspirado por el kintsugi, el arte japonés de reparar la cerámica rota con oro, reflexiono sobre cómo el amor verdadero se asemeja a este proceso: no es la ausencia de fracturas, sino la belleza y fortaleza que surgen de su reparación.
Hace unos meses conocí la historia de Joyce y Jean, cuya relación se fortaleció a través de los desafíos, demostrando que el amor no es un vaso intacto, sino dos vasos que, al chocar y romperse, encuentran belleza en su reconstrucción. Su viaje es un mosaico de paciencia, comprensión y amor inquebrantable, reflejando la esencia del kintsugi.
Esta perspectiva resuena con la idea de Aristóteles en 'Ética a Nicómaco', donde sugiere que "El amor es compuesto de una sola alma habitando dos cuerpos". El amor auténtico implica una desnudez emocional, una exposición a ser heridos, pero estas fracturas son oportunidades para un entendimiento más profundo y una conexión más fuerte. Es en este entendimiento donde encuentro ecos de conversaciones con Ingrid, mi fiel compañera, a quien dedico estas líneas, dado que su visión del amor tenaz ha enriquecido mi propia reflexión.
En la sociedad actual, a menudo se idealiza un amor sin conflictos, creando expectativas irreales y una comprensión superficial del amor verdadero. Sin embargo, Zygmunt Bauman, en su análisis del "amor líquido", advierte sobre la fragilidad de las relaciones en la modernidad líquida, donde el compromiso y la profundidad emocional a menudo se sacrifican por la conveniencia y la evitación del dolor. El verdadero amor, entonces, desafía esta tendencia, buscando recomponer esos fragmentos rotos con paciencia y compasión, no solo por el otro sino por la relación misma. Es en este proceso de 'reparación' donde el amor revela su verdadera fortaleza.
Por tanto, en este día de San Valentín, desafiemos la imagen de la felicidad idílica y recordemos que el amor auténtico reside en la imperfección y en la resiliencia. Celebremos no solo el amor en su estado más puro y luminoso, sino también en su forma más fracturada y restaurada. Porque es allí, en esas uniones realzadas con oro emocional, donde el amor se convierte en algo no solo hermoso, sino también indestructible.
El amor verdadero no teme a las grietas; las acoge, las llena y las convierte en parte de su historia única y resplandeciente. Este 14 de febrero, recordemos que el mejor obsequio que podemos ofrecer y recibir es un amor real, imperfecto y reparado. Un amor que no se esconde de sus fracturas, sino que las ilumina con el oro de la experiencia, la comprensión y la aceptación.