OpiniónDomingo, 17 de marzo de 2024
Pandemia progresista, por Joaquín de los Ríos de la Torre

En las sombras de la modernidad, se esconde una pandemia silenciosa, más letal que cualquier virus conocido por la humanidad: la Pandemia Progresista. Esta Peste Negra, como aquella que diezmó a la población europea durante el medioevo contribuyendo a su finalización, ha propagado su veneno a lo largo y ancho de nuestra civilización, descomponiendo no solo el núcleo de nuestras instituciones sino también el alma misma de nuestras comunidades.

Durante décadas, hemos presenciado cómo la decadencia moral se ha convertido en el pan de cada día, infiltrando cada rincón de nuestra existencia. La corrupción rampante, una ética diluida hasta el punto de la inexistencia y una alarmante erosión de valores fundamentales han conducido a una crisis de liderazgo sin precedentes. La confianza, esa frágil tela que une a gobernantes y gobernados, se ha desgarrado, dejando a su paso un vacío de poder que han ocupado los oportunistas, cuyas promesas de reforma no sólo son ecos vacíos en un abismo de avaricia.

Pero ¿cómo es que hemos llegado a este punto? La respuesta yace no solo en las acciones de unos pocos sino en el silencio cómplice de muchos. Esta cruel pandemia es el resultado de años de negligencia, de un desinterés generalizado por los asuntos públicos, donde la indiferencia se ha vendido como pragmatismo, y la apatía disfrazada de supervivencia.

En este terreno fértil para el oportunismo, la honestidad y la integridad se transforman en reliquias de un pasado lejano, artefactos curiosos del Museo de las Virtudes Inútiles, ahora olvidadas. La pregunta que surge es desalentadora: ¿Quién, viendo el paisaje devastado de nuestra esfera pública, querrá plantar su estandarte en estas tierras yermas?

A pesar de este escenario desolador, hay luces en la oscuridad. Cada vez más personas, movidas no por la promesa de recompensas terrenales sino por un sentido del deber hacia el prójimo, levantan barricadas contra esta oleada de corrupción y decadencia moral. Son los verdaderos héroes de nuestra era, dispuestos a desafiar el statu quo, armados con nada más que su voluntad de hierro e inquebrantable fe en la posibilidad de un futuro mejor.

El camino hacia la redención es arduo y plagado de sacrificios. Sin embargo, la historia nos enseña que las más grandes victorias se forjan en las llamas de los desafíos más álgidos.

Es en este momento crítico donde se nos presenta una elección: ser espectadores pasivos de nuestra propia decadencia o convertirnos en arquitectos de nuestro renacimiento.

Este no es solo un llamado a la acción; es una súplica por la supervivencia de nuestra integridad colectiva. Debemos unirnos, no solo en condena de lo que está mal, sino en la construcción activa de un nuevo paradigma, donde la paz, la justicia, la felicidad y los valores no sean meras utopías, sino los pilares sobre los que se erija nuestra sociedad.

La lucha contra la Pandemia de los Progres es la gran batalla de nuestro tiempo. A unos les tocó enfrentar a las hordas Nazis, a otros hacerle el pare al marxismo soviético. En nuestras manos yace no solo el poder de detener este avance destructivo de este virus, sinuoso, insidioso y mortal, sino también sanar las heridas de una humanidad a la quieren privar de toda brújula moral reduciéndola a la condición de pequeños seres dedicados al consumo de bienes materiales y la satisfacción de deseos primarios. No se quieren personas que busquen trascender, se quiere a entes cuyas metas sean materiales cuya obtención dependa del favor de los poderosos.

El momento de actuar es ahora. Juntos, podemos redimir nuestra era y legar a las generaciones futuras un mundo no solo recuperado sino transformado.

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