OpiniónMartes, 2 de abril de 2024
Los progres y la tierra arrasada, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

Durante siglos Rusia se defendió de invasores occidentales aplicando la táctica de la Tierra Arrasada. Consiste en brindar escasa oposición al ejército invasor, incitándolo a que adentre en sus inmensas y fértiles llanuras, retirándose hacia el oriente sin dar batalla pero, quemando y destruyendo todo en el camino. Así el invasor no podía aprovechar cosechas, viviendas, reservorios de agua, pues todo, absolutamente todo estaba destruido.

El invasor perseguía al elusivo Ejército Ruso, pero este se contentaba con alargar las líneas de suministro de su circunstancial enemigo. Pasados unos meses, un temible aliado hacía su aparición salvadora, el General Invierno, a cuyo amparo tropas irregulares hostigaban la retaguardia del invasor. El resultado, casi invariable, era la destrucción del ejército que violaba a la Madre Rusia.

Hoy, en pleno siglo veintiuno, la izquierda peruana, tanto la cavernaria como la progre y elegante aplican principios parecidos en la lucha política. Que la izquierda cavernaria leninista lo haga, no tiene nada de raro, pues ellos buscan destruir al estado para reemplazarlo. Es lo que pretendió Sendero y es lo que Chávez logró en Venezuela, porque sólo sobre las cenizas del Estado Burgués puede construirse la verdadera dictadura del proletariado.

Lo que causa cierta sorpresa es que la izquierda progre se adhiera a esta táctica. Sorprende pues ese sector ha sido uno de los grandes beneficiarios del progreso del país de los últimos veinte años. Sus cuadros han copado los niveles tecnocráticos del estado y ejercen gran influencia desde los principales grupos mediáticos. Sorprende porque todo lo que hacen implica dinamitar al sistema en su conjunto, sin entender siquiera el despropósito de lo que hacen.

El apoyo sibilino a Castillo, su abierta coparticipación en las intentonas para hacer caer a Dina Boluarte en diciembre de 2022 y el verano pesado, la búsqueda desesperada de elecciones inmediatas con Jorge y Piero a cargo, como si no supiéramos todas la funesta conducción del proceso electoral de 2021, no se explican de otra manera.

En el camino destruyen la credibilidad de todas las instituciones: El Congreso es la piñata más accesible, pero las demás no se salvan, empezando por la gran prensa que, además de credibilidad, ahora pierde dinero, y a borbotones. Sólo falta pegar una mirada rápida a los Estados Financieros del conglomerado mediático en el portal de la SMV para constatarlo. El sector empresarial también se ve afectado pues la sensación que queda es de una podredumbre omnívora que todo lo engulle.

Piensan que precipitando una elección saldrán beneficiados, ellos cuyas cuotas de poder se lograron por el disimulo y subterfugio. En realidad, los que se benefician son los antisistema, quienes quieren destruir al Estado y reemplazarlo por uno nuevo. Los progres gustosos los aplaudirán y apabullaran en la vana esperanza que les permitirán manejar el Perú detrás de bambalinas.

La saga de los Rolex debe interpretarse desde esa premisa. Hay que forzar la caída del gobierno, cada mes buscarán un nuevo pretexto. En una de esas encuentran pretextos más atendibles que otros, pues, la búsqueda de pecados en el adversario suele desarrollarse de esa manera.

Es triste que personas con las que uno pudiera haber tenido democráticas discrepancias adopten esa postura. Una postura que refleja mediocridad – por su pésimo diagnóstico de la realidad – y mala fe. Mala fe pues se trata de un actuar intrínsicamente deshonesto e indiferente antes las posibles consecuencias.

Pero sobre todo se trata de mediocridades, incapaces de imaginar que la destrucción de las instituciones que parasitan también los calcinará.

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