En la batalla cultural que hoy libramos es de suma relevancia, y casi algo imprescindible, identificar y delinear valores que nos permitan generar estrategias y acciones conjuntas entre diversas personas e instituciones en vistas a lograr objetivos comunes. Podríamos convenir que somos muchos los que estamos de acuerdo en promover y defender valores como la vida, la familia, la libertad y el patriotismo. Pero a la hora de actuar esa mayoría de personas muchas veces no logra traducir sus creencias en acciones eficaces.
Para quienes buscamos que nuestras sociedades se fundamenten y desarrollen en torno a los valores mencionados, la Iglesia Católica constituye un aliado capital. En materia doctrinal, ciertamente, es fuente de enriquecimiento, sabiduría y claridad. En nuestro país, como en muchos otros, tiene además una enorme capacidad de comunicar. No existe otra institución que pueda llegar a más personas y esté presente en más territorios que la Iglesia Católica. Siendo que la batalla cultural trata de contenidos y narrativas a comunicar, no cabe duda de lo relevante de su potencialidad.
Ahora bien, como toda institución, la Iglesia Católica está compuesta de personas y tiene un orden jerárquico. En nuestra experiencia de trabajo cuando se trata del Pueblo de Dios —de los cristianos de a pie— encontramos siempre un aliado sólido para esta batalla. Lamentablemente, no podemos decir lo mismo de todos los obispos de nuestro país. Durante décadas ha sido comentada la división existente al interior de los obispos peruanos. Se ha hablado de bandos, de grupos de poder más de derecha o más de izquierda. Visto desde fuera, llama la atención este tipo de divisiones que no suman al bien de todos.
Ante este panorama, ciertamente complejo, las acciones de los jerarcas católicos del Perú vienen siendo variopintas en relación con temas clave de la batalla cultural. Algunos de los que tienen mayor visibilidad parecen estar más apegados a propuestas propias de la agenda progresista que, como sabemos, atenta contra los valores identitarios de nuestra cultura. Otros mantienen acciones que, siendo algo propio de la Iglesia, contribuyen a promover valores que suman al bien común. Y otros parecen más interesados en buscar sus propios intereses y no el bien de sus iglesias particulares.
Volviendo a una mirada estratégica de la batalla cultural, es preocupante constatar que un aliado importante esté dividido en su jerarquía. Cuánto bien se haría, no solo al pueblo católico sino al pueblo peruano en general, si es que una institución tan significativa en la constitución histórica de nuestro país hiciera un aporte más consolidado en la defensa de temas capitales como la defensa de la vida, de la familia, de nuestra identidad como nación y de la libertad humana como elemento fundamental del desarrollo personal y social.
Considero que para ello trae luces alentadoras la recientemente publicada Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe "Dignitas infinita”. Sobre la dignidad humana". Se plantean allí una serie de principios claros que deberían alinear una acción conjunta en la promoción y defensa de valores fundamentales. Un aliado así, con liderazgo en torno a valores y objetivos bien definidos, permitiría dar pasos agigantados en esta lucha que nos convoca a todos.