Un reciente artículo de la prestigiosa revista The Economist presenta una hipótesis interesante: los liberales norteamericanos, progresistas en nuestro argot, son bastante más infelices que los conservadores. Incluso, independientemente del sexo, la edad, o la clase social, los progresistas muestran más propensión a las enfermedades mentales.
De hecho, The Economist cita un estudio del sociólogo Musa al-Gharbi en el cual señala que el progresismo no sólo se relaciona con mayores niveles de tristeza, sino que la exacerba. Según el académico de la Stony Brook University, los “progres” han llegado a respaldar la idea de que Estados Unidos es sistemáticamente racista y eso lleva a rechazar a sus propias razas y valorar más a otras. Pero no solo eso, sino que otro estudio citado por la revista recalca que la promoción de visiones catastróficas sobre el cambio climático o la intolerancia propia de su ideología, hace que los progresistas se sientan más infelices con el mundo en el que viven.
The Economist detalla que la ideología conservadora puede ayudar a proteger la salud mental, ya que propugna la creencia en un sistema meritocrático. Sorpresivamente, también sugieren que los conservadores tienen una mejor actitud frente al cambio. Esto puede deberse a que el progresismo se ha transformado en la ideología hegemónica, mientras que el conservadurismo estadounidense, de la mano de Donald Trump, se ha llegado a posicionar como la posición disruptiva.
El fenómeno no es solo norteamericano. Recientemente, un grupo de investigadores finlandeses publicaron un artículo en Scandinavian Journal of Psychology y llegaron a conclusiones similares a las presenta The Economist. Bajo un muestreo de más de 5000 casos, concluyen que la ideología “woke” está directamente relacionada con la ansiedad y la depresión. A los finlandeses los aquejan temáticas parecidas a los norteamericanos: sobredimensión de la problemática racial y de la retórica “trans”.
Una de las conclusiones de este estudio es reveladora: las políticas “woke” no son tan importantes para los ciudadanos, en contraste a la cantidad de cobertura que se les brinda en medios de comunicación y en debates políticos. Dato preocupante, ya que evidencia que la sobreexplotación de estas temáticas no responden a las demandas del público, sino a un agenda setting y framing políticamente predeterminado e interesado.
La batalla en la que se enfrasca occidente no solo es cultural. Ya comienza a develar efectos psicológicos y sanitarios contrarios al bienestar. Que una ideología literalmente exacerbe enfermedades mentales en sus seguidores evidencia su efecto negativo, más allá de grandes retóricas, argumentaciones o sentimentalismos con los que sus portavoces pretenden convencer.