OpiniónDomingo, 5 de mayo de 2024
¿Deja Vú?, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

Estados Unidos está conmocionado por protestas estudiantiles que traen a la memoria las de 1968, cuyas tremendas consecuencias políticas reverberan hasta hoy.

En aquel entonces Estados Unidos atravesaba un difícil año electoral. Lyndon Johnson era Presidente y tenía derecho a postularse (le tocó completar el período de JFK luego de su asesinato en 1963, siendo electo por su propio derecho recién en 1964). La Guerra de Vietnam, que rugía con furia, lo hacía impopular en su partido (Demócrata) y catalizaba las protestas de estudiantes que no querían ser llevados para combatir.

EE.UU. también sufría violentos disturbios raciales, era la etapa final de la larga y dolorosa lucha contra la discriminación. En abril, Martin Luther King, líder de la resistencia pacífica contra el racismo, fue asesinado.

En ese contexto, el hermano menor de JFK, Robert, lanzó su postulación a la nominación demócrata, con un ideario pacifista, siendo asesinado a balazos en un acto de campaña.

Johnson, sintiéndose arrinconado y percibiendo el mal ánimo de la población, renunció a la reelección. Lo sucedió en la postulación su vicepresidente, Hubert Humphry, hombre inteligente y prestigioso, virtudes que nadie, demócratas incluidos, atribuyen a la señora Kamala Harris.

En noviembre, las elecciones las ganó el candidato republicano Richard Nixon, hombre odiado por los demócratas y las izquierdas, con ardor comparable al que hoy provoca Donald Trump.

En 1968, la combinación de protestas universitarias, disturbios raciales, asesinatos políticos y sensación de radicalización, perjudicó a los demócratas, facilitando el triunfo republicano. Se inició un largo predominio conservador que duró hasta 1992, excepto por el breve interregno de Carter entre 1976 y 1980.

Hoy, como entonces, tenemos un presidente demócrata impopular. Sus índices de aprobación son los más bajos de cualquier presidente que se haya presentado a la reelección desde que existen encuestas al respecto, un mal augurio sobre sus prospectos.

También como en 1968, hay protestas en las universidades. El factor desencadenante de estas ya no es la posibilidad de una leva forzosa en el ejército para pelear en una guerra de discutible trascendencia y conducción, sino un conflicto en el Medio Oriente, donde EE.UU. no es combatiente. Se presenta con mayor virulencia en las más prestigiosas casas de estudio, donde se educa o educaba la élite estadounidense. Lo curioso es que en otras universidades, menos prestigiosas, las protestas no tienen eco o se enfrentan contra manifestaciones que las neutralizan.

En esta oportunidad, a diferencia de 1968, las relaciones raciales deberían haber cambiado para mejor, no en vano Obama fue presidente dos períodos entre 2008 y 2016, ganando cómodamente sus dos elecciones. Sin embargo, la izquierda que busca analizar todos los fenómenos desde la óptica del racismo u otras formas de discriminación en contra de minorías entre comillas. Ahora, en vez de racismo tenemos racialismo.

El hecho es que, al igual que en 1968, se percibe un caos generalizado y una resistencia de las autoridades a mantener una mínima semblanza de orden y paz social.

En esta situación, Trump aventaja en todas las encuestas a Biden, aunque esta ha disminuido, aunque en ningún momento del 2016 o 2020, Trump estuvo por encima de sus rivales.

Hasta ahora, pareciera que la única estrategia electoral demócrata es empapelar a Trump en procesos penales en la esperanza que alguna de las acusaciones provoquen el abandono del electorado.

Finalmente, tanto como Johnson enfrentó el desafío intento de Robert F. Kennedy (RFK), truncado por su muerte a manos de un pistolero, Biden enfrenta el de su hijo, quien ahora anuncia que postulará a la presidencia como independiente. Todas las encuestas indican que su candidatura favorece a Trump.

El camino al primer martes de noviembre, que es cuando tienen lugar las elecciones en Estados Unidos, es aún largo. Unos meses son una eternidad en política, pero, a la fecha, las cosas pintan mal para el Partido Demócrata.

¿Se repetirá la historia de 1968?

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