Niall Ferguson es un brillante historiador británico radicado en EE.UU., una de las mentes lúcidas no infectadas por ninguno de los virus progres que se han propagado cual COVID (o más bien la Peste Negra) por el mundillo intelectual contemporáneo. Hace unos días publicó un interesante artículo titulado “Todos somos soviéticos” (https://www.thefp.com/p/were-all-soviets-now) comparando la situación actual de los Estados Unidos con la Unión Soviética en la primera mitad de la década de los ochenta.
Una primera similitud es que los Estados Unidos al igual que la URSS de entonces están liderados por una casta gerontocrática, incluso decrépita. Breshnev, Andropov y Chernenko, los predecesores de Gorbachov eran hombres o ancianos o con salud en franco y evidente declive.
En los Estados Unidos, el deterioro cognitivo y físico del presidente Biden es evidente. Tiene ya 81 años y postula a la reelección. Los principales líderes de su partido, salvo Obama como excepción que confirma la regla, son todos septuagenarios. Parte de la radicalización a la izquierda del Partido Demócrata es la ausencia de nuevos cuadros que modernicen el ideario partidario para el siglo veintiuno, quedando una colección de ancianos ambiciosos que se aferran al poder y unos jóvenes radicalizados, que los viejos angurrientos consienten en sus caprichos, como la ideología woke.
En el caso del Partido Republicano, Trump es sólo unos pocos años menor que Biden, sin mostrar señales de decadencia física aún, aunque estas pueden aparecer en cualquier momento.
Para 1980, ya nadie en la URSS creía en el marxismo leninismo, aunque todos proclamaban y juraban lealtad al ideario comunista. Todo era mentira, cada proclama, cada cifra, cada reporte estadístico, todo, todo falso. Por eso la URSS se desplomó cual castillo de naipes.
En Estados Unidos y Europa se proclama la ideología woke neo progre, aquella según la cual el “género” es una construcción social, por lo que puede uno nacer hombre, tener la fisiología de un hombre, pero ser una mujer al cabo, sólo que con pene y sin ovarios. Esto es falso y en el fondo, todos lo saben, excepto los verdaderamente desquiciados. Sin embargo la intelectualidad y sus acólitos gritan la mentira a los cuatro vientos. La mayoría de la gente aplaude, temerosa de sufrir represalias sin cometer el atrevimiento de decir la verdad. Imagínense, esas personas son tildadas inmediatamente de extrema derecha.
La URSS, durante toda la década del 80 intervino sangrientamente en Afganistán, fracasando. Rebeldes locales con el apoyo de la CIA y de los países del golfo pérsico les propinaron una sonora derrota. Las columnas soviéticas volvieron humilladas a su madre patria.
Por su parte, Estados Unidos interviene militarmente en muchos lugares con resultados en el mejor de los casos inconclusos. Hace poco dejaron Afganistán, dejando cerca de 80,000 millones de dólares en pertrechos a merced de los talibanes. Anteriormente, bajo Obama, salieron presurosos de Iraq, siendo llenado el vacío resultante por el Estado Islámico.
Estados Unidos y Europa renuncian a controlar sus fronteras, convertidas en coladeras, y que se respete el alcance de sus soberanías.
El crecimiento económico se estanca, suben los déficits y la inflación. Ya nadie tiene confianza en el futuro. Las ciudades se descomponen, la esperanza de vida cae, los índices de alcoholismo se disparan. El crecimiento demográfico se viene abajo.
Fergusson cita muchos más ejemplos que dibujan la imagen de estados en el otoño de sus historias. La gloria de victorias pasadas, aunque sean relativamente recientes, quedan olvidadas.
Cuando en la década del 80 sucedía esto en la Unión Soviética, el gobierno de Estados Unidos era agresivo, presionaba a Moscú en la intuición de que el castillo de naipes se vendría abajo. Atrás había quedado el pragmatismo de Kissinger que apuntaba a una cínica coexistencia. De lo que se trataba en ese momento era de vencer a la URSS, aplastarla sin disparar un tiro.
Hoy la potencia que actúa con agresividad es la China. Desafía a los Estados Unidos en todas partes. Sienten que el futuro les pertenece, y que su rival implosionará o se hundirá en domésticas irrelevancias, dejándoles un mundo para dominar.
Lo que está por verse es la capacidad regenerativa de Estados Unidos. Gorbachov lo intentó con la Perestroika y el Glasnost, pero fracasó. Por el contrario, precipitó el colapso. Al menos había comprendido la insostenibilidad del status quo. ¿Qué pasará en Estados Unidos? ¿Su aparente ocaso se confirmará, convirtiéndose en definitivo?
¿Si eso es así qué vendrá después?