OpiniónLunes, 24 de junio de 2024
Rusia, Occidente y la Batalla Cultural, por José Antonio Torres Iriarte
José Antonio Torres Iriarte
Abogado y analista político

En un mundo marcado por la revolución tecnológica, se desarrolla una intensa batalla cultural en Europa, Norteamérica y América Latina en particular. Si a inicios del siglo XX, los aires de la revolución bolchevique se expresaban en la formación de la Tercera Internacional y con ilusión desde el Krenlim se creía que la clase obrera europea tomaría el poder e impondrían dictaduras del proletariado en la mayoría de países con mayor desarrollo industrial, tales pronósticos no se cumplieron. La formación del bloque comunista de Europa del Este fue consecuencia del papel decisivo que tuvo el Ejército Rojo y la URSS en la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. La URSS y sus tropas, con el apoyo de los Partidos Comunistas establecidos en Europa del Este, logró la toma del poder, reprimiendo cualquier protesta popular. Hungria en 1956 y Checoslovaquía en 1968 son la cabal expresión de la represión soviética. La Revolución Cubana en 1959, fue puesta en poco tiempo al servicio de la Unión Soviética, demostrando que el antimperialismo de Fidel Castro sólo era declarativo. Cuba se especializó en "exportar su revolución", mientrás que la propaganda política convertían a Fidel Castro y a Ernesto Guevara en adalides de proyectos revolucionarios incapaces de solventar sus finanzas públicas. La "crisis de los mísiles" en 1962, pudo ser el preludio de una nueva conflagración mundial. El Krenlim y la Tercera Internacional alentaron la formación de Partidos Comunistas en toda América Latina. En el Perú el Partido Comunista pro soviético estuvo lejos de ser un partido de masas, como si lo fue el Partido Aprista a lo largo del tiempo; sin embargo los "comunistas criollos" fueron muy hábiles y funcionales apoyando a Manuel Prado durante su primer gobierno, llamándolo el "Stalin peruano" o respaldando abiertamente la candidatura de Fernando Belaunde en 1963. Ciertamente que el PCP liderado por Jorge del Prado apoyó la dictadura que presidió Juan Velasco Alvarado, como en su momento vieron con simpatía las guerrillas en los años sesenta. El comunismo moscovita nunca deslindó abiertamente con Sendero Luminoso, siendo años después parte de la llamada Izquierda Unida, que compitió con el APRA y Alan García en 1985. La quiebra de la economía soviética, la disolución de la URSS y la democratización de Europa del Este, sólo significó el aparente debilitamiento de Rusia como potencia internacional. La economía rusa ha quedado rezagada, sin embargo con un inmenso territorio casi inexpugnable, con apenas 150 millones de habitantes, no podemos soslayar que es una potencia nuclear, liderada por Vladimir Putin, formado en los antiguos servicios secretos soviéticos. En la Rusia de hoy, no hay lugar para la disidencia política, el nacionalismo no ha declinado y la vocación militarista se mantiene en pie. Si bien es cierto que el Muro de Berlín fue derribado en 1989, Alemanía alcanzó su reunificación en 1991, la Unión Europea se consolidó a través de la unión monetaria y un alto grado de institucionalidad; lo cierto es que Occidente y Europa en especial actualmente afrontan una crisis signada por los efectos de un globalismo avasallador e intolerante.

Rusia no es tierra de libertades, ni lo fue en el pasado. Vladimir Putin no es un demócrata y la invasión a Ucrania, trata de minimizarla como si se tratara de una "operación militar especial". Cuando se disolvió la URSS, Estados Unidos con aires de autosuficiencia estuvo seguro de que la hegemonía norteamericana iba a prevalecer en el largo tiempo y que Rusia tomaría el camino de la apertura económica y la democratización, abandonando cualquier arresto militarista en el futuro. La OTAN se siguió ampliando en el tiempo, mientrás que Ucrania se convertiría en el pretexto invocado por Putin, para señalar que estaba en riesgo la seguridad nacional de su país. La economía rusa de alguna manera ha neutralizado el impacto de las sanciones económicas impuestas y el aislacionismo internacional de Moscú, se ve atenuado por los lazos económicos de Rusia con economías de la magnitud de China y la India. Rusia se acerca a Corea del Norte, como a la vez recientemente de manera simbólica navíos militares rusos llegaron a las costas de la Habana-Cuba, tratando subliminalmente de demostrar que Cuba sigo siendo un aliado estratégico de Moscú. China sigo creciendo económicamente bajo la égida política del Partido Comunista Chino, como a la par se multuplican las inversiones chinas en América Latina y Africa. El dólar y el euro no están solos en el mercado internacional de divisas y el peso relativo de la economía norteamericana y europea tiene un peso relativo menor, que hace unas décadas. Los valores tradicionalmente occidentales son cuestionados, desde el interior de las propias sociedades occidentales. La libertad está cediendo ante el avance de las tiranías, de los populismos y de una Agenda 2030 impulsada por las Naciones Unidas, puesta en marcha por operadores internacionales que actúan como una "nueva internacional" al servicio de causas políticas que cuestionan la soberanía de los Estados, que polarizan las sociedades, que desdeñan la familia, que consideran como temas esenciales el aborto, el matrimonio igualitario, las políticas en favor de las comunidades LGTB..., la eutanasia y otros. Los magnates de la globalización, los grandes hacedores de la revolución tecnológica de las últimas décadas; se han sumado a una nueva forma de accionar político. No se trata de luchar por eliminar la pobreza, la anemia infantil, disminuir la mortalidad infantil o generar riqueza y bienestar. La llamada "sociedad civil" a través de los fondos de la cooperación se ha organizado creando un número indeterminado de organismos no gubernamentales, que administran miles de millones de dólares y que cada vez tratan de influenciar más en gobiernos y en el diseño de políticas de Estado y públicas en diversas partes del mundo. Los organismos internacionales están en manos de aquellos que sólo hace unas décadas eran marxistas leninistas que no dudaban en justificar la existencia del Muro de Berlín o en su defecto está integrada por una nueva generación formada en el neomarxismo, convertido en credo político en las universidades norteaméricanas o europeas. Los magnates de la globalización destinan alícuotas de sus fortunas a solventar un sin número de redes y organismos internacionales. Hoy defienden los Derechos Humanos, los ex militantes del comunismo internacional que admiraron en el pasado las políticas represivas del PCUS y de la URSS. Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo (hace unos días) son una clara demostración del rechazo creciente hacía las opciones políticas que han abrazado el "credo globalista" como ineludible e incuestionable. En un mundo proclive a etiquetarlo todo, se habla con ligereza del resurgimiento de la extrema derecha o del fascismo en Europa. Que anima a los organismos no gubernamentales, sus directivos pretenden estar presentes en todos los planos posibles, por cierto son parte o influyen en los gobiernos, en el diseño de políticas educativas y en la vida universitaria. El mundo libra una batalla cultural que afecta transversalmente a la política, la educación, la familia y las instituciones tutelares del Estado. En las próximas elecciones norteamericanas, una vez se pondrá en manifiesto los signos de esta batalla cultural, con las candidaturas de Biden y Trump. Rusia no aspira, ni pretende ser una democracia, mientrás que Estados Unidos y Europa están llamados a ser el faro de la libertad. América Latina debe poner fin a tiranías infames como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Los promotores del globalismo avasallador se sienten "moralmente superiores", disfrutan de un estilo de vida cosmopolita y placentero; por cierto que rechazan cualquier atisbo de rendición de cuentas y de control gubernamental.

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