La historia está llena de magnicidios que cambiaron su curso, generalmente para peor.
El ejemplo más emblemático fue el del Archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona del Imperio Austro Húngaro, cuyo asesinato a manos de un extremista serbio desencadeno la Primera Guerra Mundial con sus más de diez millones de muertos y el reemplazo del Imperio Ruso por la Unión Soviética (que a su vez mató a decenas de millones de personas).
En Estados Unidos, el asesinato de Lincoln privó a su país de una figura que habría ayudado a la reconciliación después de una sangrienta guerra civil, siendo reemplazado por una mediocridad. El de JFK definió a una generación. El atentado contra Reagan fracasó, aunque lo hirieron gravemente.
En España, la muerte a tiros de José Calvo Sotelo, político conservador, fue la gota que rebalsó el vaso de los abusos del Frente Popular, siendo la chispa final que dio inicio a la guerra civil.
En Colombia, el asesinato del líder liberal Jorge Elécer Gaitán originó al sangriento bogotazo de 1948 que conmocionó a nuestro vecino por generaciones.
Ayer pudo haber sido uno de esos días. El expresidente Trump, durante un mitin en una zona rural del Estado de Pensilvania, fue baleado. Para su buena fortuna el disparo le rozo una oreja, dejándolo ensangrentado, ante lo cual el Servicio Secreto lo retiró del lugar. Trump, salió con el puño en alto gritando ”Fight” (“Luchar”).
Dada la extrema crispación en EE.UU. y los denodados esfuerzos del Partido Demócrata para sacarlo de carrera, resulta imposible subestimar las consecuencias de un atentado exitoso. Mucha gente se hubiese convencido que el banco contrario, enfrentándose a un seguro fracaso electoral y con un presidente candidato semi senil, optaron por eliminarlo valiéndose de uno de esos orates que nunca faltan. Y, de un convencimiento colectivo de ese tipo, la lógica consecuencia sería una violencia de graves proporciones.
Las posibilidades de alguna conspiración son nulas pero en un ambiente en el que pareciera que cualquier recurso para sacar de camino a Trump es legítimo, es fácil convencerse que su eliminación violenta es sólo una natural y previsible escalada.
En este contexto bien harían los principales líderes demócratas en hacer un llamado a la calma y concordia y recordar que en una democracia la lucha por el poder se resuelve exclusivamente en las ánforas. También harían bien en plantear una agenda que no sea gritar “Trump es malo”.
Finalmente, aunque falta bastante para las elecciones de noviembre, este atentado fallido ciertamente fortalece la candidatura de Trump. Le da una aureola de triunfador, que se impone a sus rivales superando todos los obstáculos que le lanzan. Su reacción desafiante, con el puño levantado, segundos después de ser rozado por una bala en la oreja mostrando coraje físico en un momento de extremo peligro contrasta con un Biden disperso, anciano y debilitado.