El atentado contra Donald Trump no es un hecho aislado, ni responde simplemente a una acción criminal motivada por un apasionado opositor que tomó la decisión personalísima de poner fin a la vida del candidato republicano. Considero que, más allá del perfil del ejecutante y siendo aún incipientes las investigaciones a cargo de las autoridades norteamericanas, lo cierto es que el mundo ha sido testigo de un hecho delictuoso que ha teñido de sangre la campaña electoral en los Estados Unidos.
Más allá de cualquier valoración, Donald Trump es un líder que genera adhesiones, simpatías y enconos. No podemos desdeñar que la democracia norteamericana está erosionada por un debate al interior de los partidos Demócrata y Republicano, afectado transversalmente por la influencia de un globalismo avasallador que alienta una batalla cultural y pone en riesgo el futuro de Occidente. Hoy es común descalificar política y moralmente a todo aquel que se atreve a cuestionar al "progresismo internacional" financiado por los magnates de la globalización. La libertad afronta serios desafíos, más aún cuando es evidente que se pretende reescribir la historia y trastocar los valores inherentes a la libertad y la dignidad humana. Lo cierto es que se persigue, se sataniza, demoniza y caricaturiza a todo aquel que disiente de los objetivos de un globalismo con pocos escrúpulos.
El Partido Demócrata es hoy un remedo de la otrora organización política vinculada a los sindicatos y a sectores progresistas pacifistas, con sueños de poner fin a la segregación racial dominante hace unas décadas. A lo largo de la historia, Estados Unidos puso en práctica su vocación expansionista e imperialista en el siglo XX, siendo su papel gravitante en el triunfo de los Aliados y la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial. Durante la Guerra Fría, el debate ideológico y político fue dominante en medio de la amenaza latente de una guerra nuclear.
Hoy, Estados Unidos está marcado por confrontaciones en las que se ponen en tela de juicio los valores tradicionales de la democracia norteamericana. El intento de magnicidio ocurrido en Pensilvania pone en evidencia la crisis de la democracia norteamericana y hace notar que los comicios de noviembre desatan hechos de violencia, que traen a la memoria los dramáticos magnicidios que marcaron los tumultuosos años sesenta del siglo pasado. Donald Trump, en campaña y con un claro ascenso en las encuestas nacionales, muestra fortalezas frente a un presidente en ejercicio con claros indicios de estar lejos de ser una persona que goce de una aceptable salud.
La campaña electoral aún está en su etapa preliminar. Sin embargo, el reciente atentado contra Donald Trump representa un punto de inflexión. Es previsible que el liderazgo de Trump se afiance en las próximas semanas y ello obligue al Partido Demócrata a tomar decisiones, aun en contra de la terca voluntad del presidente Joe Biden. Las próximas semanas serán decisivas para las aspiraciones demócratas. Qué duda cabe de que detrás de toda candidatura presidencial hay donantes, grupos de interés y presión. Joe Biden no es un pacifista; está alineado con la industria militar que, en todo conflicto o guerra, ve una oportunidad de negocios. La invasión de Rusia a Ucrania, el papel de la OTAN y los cambios políticos ocurridos en Europa y el Reino Unido recientemente deben ser parte de todo análisis serio. El presidente Joe Biden ciertamente tiene cercanía, compromisos e intereses en Ucrania, que entiendo quiere garantizar en los próximos años.
Estados Unidos ya no mantiene el liderazgo internacional que ejerció hasta inicios del siglo XXI. En un escenario internacional cambiante, tanto la República Popular China como la India constituyen, demográfica y económicamente, potencias en ascenso. No olvidemos que el Medio Oriente sigue siendo un escenario de guerra y de acciones terroristas, sin olvidar que tanto Corea del Norte como Irán constituyen una amenaza a la paz mundial. La campaña electoral 2024 pudo haber tenido hoy un desenlace trágico. El mundo afronta tiempos difíciles, y la política norteamericana está erosionada por la agenda globalista de las Naciones Unidas. Los operadores del progresismo internacional están decididos a crear caos, violencia y pobreza. Los tiranos de Cuba, Nicaragua y Venezuela no están dispuestos a dejar el poder. No olvidemos a Venezuela; protejamos las vidas de María Corina Machado y Edmundo González Urrutia. Defendamos la libertad frente a la amenaza totalitaria.