Aunque los más jóvenes no lo tengan presente, la saga de la familia Kennedy marcó la política de EE.UU. por generaciones. El patriarca del clan, Joe, hombre tan inteligente como ambicioso e inescrupuloso, se infiltró en los más altos pasillos del poder y la sociedad, a pesar de ser católico y de extracción irlandesa, en una época en la que eso jugaba en contra.
Hizo una gran fortuna en la bolsa, realizando sus ganancias justo antes del Crack del 29. Olfateo lo que venía. Dicen que se vinculó a la mafia e intervino en el contrabando de licor cuando EE.UU., en una locura puritana, inversa a la libertina que vive hoy día, prohibió el expendio y comercialización de alcohol.
Apoyó a Roosevelt en su campaña presidencial y este lo premió poniéndolo al mando de la recién creada SEC (Comisión de Títulos y Valores). Los cínicos, dada su reputación, decían que ello equivalía a poner al gato de despensero.
Posteriormente, lo nombró Embajador ante el Reino Unido, en la víspera de la Segunda Guerra Mundial. Aquí Kennedy cometió un grave error, que le costó sus ambiciones presidenciales, al dar por vencidos a los ingleses, justo cuando estos se decidieron a pelear a muerte. Cayó en desgracia, pero sus hijos heredaron sus ambiciones.
El mayor, Joe, murió en combate. Jack (John), a pesar de su mala salud (padecía de la Enfermedad de Addisson) logró enlistarse, distinguiéndose en combate. Después de la guerra lanzó su carrera política, apartándose hábilmente de las tendencias pronazis que habían desprestigiado a su padre, pero sin nunca dejar de honrarlo y escucharlo.
Llegó a la presidencia en 1960 como una bocanada de aire fresco, joven, atractivo, valiente, mujeriego e inteligente. Simbolizó una etapa de optimismo pero fue asesinado en noviembre de 1962, crimen sobre cuyos autores reales aún se especula.
Su hermano Bobby fue su Secretario de Justicia y se perfilaba como probable candidato presidencial en las elecciones de 1968, pero también fue asesinado. Estos crímenes y el destino de otros de sus hermanos tejió sobre la familia una nube de tragedia y dramatismo.
En su gobierno Jack Kennedy representó a un Partido Demócrata anti comunista y anclado en la clase media y los sindicatos, sin caer en las estridencias de ciertas facciones republicanas. Murió antes que el desastre de Vietnam siguiera su curso, siendo un gran interrogante si EE.UU. se hubiese involucrado de igual manera en esa guerra de haber vivido.
Sesenta años después de la muerte de Jack, uno de los hijos de Robert (Bobby), Robert Jr., olfateando la debilidad de Biden, se postuló en las primarias para ser el candidato presidencial demócrata.
La plataforma de Bobby Jr. fue populista, más hacia la izquierda pero opuesta a la influencia de las grandes corporaciones en el partido, en especial de los laboratorios.
El aparato partidario y la Casa Blanca lo trataron con hostilidad. Kennedy pidió que se le asigne seguridad del Servicio Secreto, algo razonable considerando los antecedentes familiares, lo que le fue negado. Al final optó por lanzar una candidatura independiente.
Así estaban las cosas hasta que hace unas semanas, su campaña y la de Trump se pusieron en contacto. La historia oficial dice que la iniciativa fue de Trump y aprovechó el hecho que compartían un asesor en ciertas materias de salud pública. Lo que está claro es que ni el Partido Demócrata ni la campaña de la señora Harris querían saber de él, habiéndose esta última, según Kennedy, negado a reunirse con él.
El hecho es que después de dos semanas de intensas murmuraciones, Kennedy anunció que se retiraba de la carrera y le daba su apoyo a Trump, sugiriéndose que en un eventual gobierno suyo ocuparía un puesto de primer orden.
Este endoso, si cabe el término, coincide con el final de la Convención Demócrata, robándoles parte del show. Es muy pronto para medir el impacto, pero, en ciertos estados puede ser significativo. Sea como fuere, cierra un período en el que la iniciativa parecía residir con Harris que, con la ayuda de la gran prensa, se limitaba a recitar generalidades y proclamar que su candidatura es la candidatura de la “felicidad” (“Joy”).
Aunque el siguiente hito en la campaña serán los debates presidenciales, ahora, los últimos puntos los ha ganado Trump. Sin perjuicio de ello, estando Biden fuera, estamos ante una carrera completamente nueva, sobre la que no aventuro vaticinio alguno.