EditorialDomingo, 8 de diciembre de 2024
Dos años de la infamia

Hace dos años, Pedro Castillo envolvió al país en una sombra de incertidumbre al convertirse en el dictador más breve de nuestra historia. En un inesperado giro de los acontecimientos, llevó a cabo un golpe de Estado en vivo y en televisión abierta, temblando.

Desde las elecciones, las señales eran claras: Perú Libre no abrazaba los principios democráticos y expresaba abiertamente su deseo de instaurar una dictadura. Sin embargo, las artimañas de la posverdad y las mentiras propagadas por la izquierda capitalina, respaldadas por su maquinaria mediática y redes sociales, permitieron que la victoria electoral se materializara.

Se advirtió, pero muchos optaron por ignorar las señales. El rechazo a un apellido prevaleció sobre las alarmas de una inminente dictadura. Cuando Castillo asumió la presidencia, algunos se preguntaron dónde estaba el dictador que la derecha había prevenido. Fue el 7 de diciembre de 2022 cuando el tirano reveló su verdadero rostro. Ante la amenaza de vacancia, Castillo optó por transformar la democracia en una dictadura.

Esta fecha debería ser grabada en la memoria colectiva de los peruanos y plasmada en nuestros libros de historia. Las escuelas deberían enseñar cómo Castillo intentó cerrar el Congreso, reformar el sistema de justicia, gobernar mediante decretos ley, desmantelar el Tribunal Constitucional y concentrar todo el poder en él y su séquito. Fue el día en que Castillo buscó tomar el país por la fuerza, pero su golpe falló en cuestión de horas.

El intento de golpe de Castillo fracasó porque carecía del respaldo militar. En su desesperación, anhelaba que las Fuerzas Armadas se unieran a su causa, pero estas, en un acto valiente, defendieron la Constitución y se rebelaron contra el dictador. Pero también otras instituciones hicieron bien su trabajo. Castillo fue vacado por el Congreso, la Fiscalía y la PNP no vacilaron en apresarlo y encarcelarlo. El neo-dictador pasó de ser una amenaza para convertirse en un reo.

Con Boluarte asumiendo la presidencia, muchos lo consideraron una victoria. Sin embargo, más que un triunfo, fue tan solo un alivio. Aunque Castillo ya no ocupaba el poder, la izquierda persiste en socavar las instituciones del país. Dos años después del fallido golpe, nuestras instituciones vuelven a estar en peligro, con la izquierda intentando retomar el control, invalidando a quienes actualmente las lideran.

La caída de Castillo nunca debió marcar el fin de la batalla contra la izquierda antidemocrática. Su fracaso fue solo un respiro. El Perú no se sometió a un dictador, pero eso no garantiza que otro tirano no intentará instaurar una dictadura en el futuro. La lucha debe continuar con más fuerza que nunca, porque en el Perú rápidamente podría surgir otro líder con intenciones similares.

No celebremos un triunfo ficticio; en su lugar, enfrentemos los desafíos que nos plantea actualmente y sigamos preparándonos para los futuros, que seguro serán más tenaces aún. No nos perdamos en la algarabía de los triunfos falsos.

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