Con menos de 20 días en el poder, Donald Trump sigue acaparando titulares. Su administración avanza a una velocidad no anticipada, enfrentando dos guerras abiertas: Gaza y Ucrania, centrado en el “Orden Internacional Basado en Reglas” como herramienta para sus estrategias.
Desde el primer día de mandato Trump advirtió que la situación en Gaza no podía prolongarse; pero cualquier solución viable enfrenta múltiples obstáculos: la presencia de Hamás, grupo terrorista que mantiene el control, la crisis humanitaria que sufre la población gazatí, la postura inflexible de Israel defendiendo su seguridad y rehenes que permanecen cautivos durante año y medio en condiciones inhumanas.
Trump afirma que Gaza debe ser reconstruida, pero su mensaje causó indignación al pretender transformar en destino turístico un territorio cubierto de escombros y cadáveres aun no recuperados. El rechazo internacional fue unánime. La reconstrucción representa un avance hacia el final de la guerra, pero la población de Gaza necesita solucionar su futuro inmediato, no propuestas frívolas en medio del dolor y sufrimiento.
El conflicto histórico entre Palestina e Israel se centra en temas territoriales y la invasión de terrenos por parte de los colonos. Por ello la propuesta de Trump es rechazada por los países árabes y la comunidad internacional. La incertidumbre en torno al destino de Gaza y los rehenes sigue pesando sobre cualquier decisión diplomática.
Mientras en Gaza avanza con una estrategia económica, en Ucrania combina política y economía. La guerra se encuentra en un punto muerto, afectando profundamente a Europa. Pero el giro de Zelenski mostrando disposición para negociar con Rusia no es coincidencia, a pesar de las presiones de Washington que incluirían la explotación de tierras raras ucranianas por empresas estadounidenses y europeas.
El plan de paz significa para Ucrania entregar los territorios del Donbás y devolver Kursk a cambio de garantías de seguridad y financiamiento para la reconstrucción; esquema más parecido a la privatización de un Estado que un acuerdo soberano.
La administración Trump busca oficializar el proceso en la conferencia de Múnich donde Estados Unidos, Rusia, China y actores europeos plantearían el pacto para poner fin a la guerra. Zelenski sigue en el poder, legitimidad desmoronada con un respaldo popular del 2%, y un mandato que expiró en mayo de 2024, argumento usado por Putin para excluirlo de las negociaciones. El favorito para sucederlo es Valerii Zaluzhnyi, excomandante militar para una nueva Ucrania bajo una administración más alineada con Washington.
El frenesí de Trump se inscribe en la lógica del Orden Internacional Basado en Reglas (Rules-Based Order), sistema que permite a las potencias implantar políticas unilaterales eludiendo el derecho internacional. Justifica sanciones sin mandato de la ONU, intervenciones militares sin resolución del Consejo de Seguridad, rediseñando territorios sin consulta previa.
Las normas arbitrarias dejan a los Estados débiles a merced de Washington, Bruselas o Londres, mientras China y Rusia construyen su propio modelo alternativo para desafiar a occidente. El resultado es un mundo fragmentado, tensiones geopolíticas que siguen escalando.
El regreso de Trump a la Casa Blanca ha redibujado el panorama global con movimientos y amenazas que hacen peligrar las relaciones internacionales de Estados Unidos, incluso con sus mejores aliados.
¿Es un verdadero intento por restaurar la estabilidad? Lo que queda claro es que las reglas del juego están cambiando y en este nuevo orden organizaciones supranacionales como la ONU siguen perdiendo fuerza y espacio en las decisiones globales.