OpiniónDomingo, 30 de marzo de 2025
El país con mayor crecimiento mundial está en Sudamérica, por Berit Knudsen
Berit Knudsen
Analista en comunicaciones

En una región marcada por la incertidumbre, inflación y agitación política, Guyana brilla por razones inesperadas: con menos de 900,000 habitantes, registra el mayor crecimiento económico del mundo. Según el Banco Mundial, su PBI creció un asombroso 421% entre 2020 y 2024, impulsado por el descubrimiento de reservas petroleras en su plataforma marítima. Su PBI per cápita pasó de 6,800 a 27,900 dólares, cifra que merece acaparar portadas.

Pero Guyana no aparece en nuestros titulares. Pocos sudamericanos la ubican con certeza en el mapa, pueden explicar por qué habla inglés, por qué se identifican como caribeños o qué su capital, Georgetown, tiene más vínculos históricos con Londres que con Bogotá o Lima.

La explicación está en su singular historia colonial: mientras la región fue modelada por virreinatos españoles o portugueses, Guyana fue colonia británica hasta 1966. Esa herencia dejó huellas profundas: idioma, sistema jurídico, organización administrativa y política exterior. Los guyaneses se definen a sí mismos como “caribeños en tierra firme”, no como sudamericanos.

Esa identidad “atípica” los mantiene fuera del radar de los procesos de integración continental, alejados del Mercosur, Alianza del Pacífico o la Comunidad Andina. Guyana es miembro de CARICOM, del bloque de naciones caribeñas de habla inglesa y su política exterior mira hacia el Atlántico.

Pero el petróleo reconfigura esta zona periférica. Desde 2015, cuando ExxonMobil descubrió enormes yacimientos offshore en el bloque Stabroek, Guyana pasó de ser el país pobre del hemisferio, a convertirse en centro de interés para inversores, diplomáticos y analistas energéticos, iniciando un proceso de transformación institucional.

Uno de sus principales retos es evitar la maldición de los recursos: paradoja que suele arruinar a muchas economías ricas en materias primas pero pobres en gobernanza. Frente al riesgo, Guyana emula a Noruega, no solo como ejemplo de eficiencia petrolera, sino como modelo de gestión estatal, transparencia y equidad social. Ha establecido un Fondo Soberano, con asistencia técnica en organismos internacionales para fortalecer sus capacidades fiscales y ambientales.

Desde mi experiencia en la selva del Marañón, trabajando con comunidades nativas aisladas en territorios sin carreteras, Guyana resulta familiar. Su selva, como la nuestra, tierras atravesadas por aguas, utiliza sus ríos como principales arterias de conexión, infraestructura ausente que exige creatividad, respeto cultural y planificación sensible.

El petróleo guyanés no está en la selva, está en el mar. Pero el desafío de integrar su riqueza al bienestar de una población diversa, dispersa y aún desconectada es el mismo reto que compartimos todos los países amazónicos.

Guyana nos muestra cómo un país pequeño, ignorado e “improbable”, puede convertirse en símbolo de transformación. Pero ¿cómo quiere verse Guyana a sí misma en 30 años? Un referente es Noruega, con riqueza petrolera, identificado como país de pescadores, que cuida sus mares como zona vital. El petróleo es un recurso temporal, no su identidad. Planifican el largo plazo, ocupando los primeros lugares en los índices de desarrollo, transparencia, calidad de vida y gobernanza. Su administración, organización estatal y economía se centra en el cuidado de sus habitantes.

Tal vez Guyana, “tierra de muchas aguas”, deba rescatar su esencia, aquello que seguirá siendo: una nación fluvial, selvática, profundamente caribeña y anfibia, con tesoros efímeros bajo el mar. Su naturaleza definida por su geografía, ríos y comunidades debe centrar su desarrollo en proteger a su gente, cultura y esencia, gestionando su riqueza petrolera mirando al futuro. Así, Guyana no solo crecerá: se convertirá en ejemplo regional y mundial.

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