En el Perú contemporáneo, el liberalismo ha fracasado. No hay lugar para eufemismos: esta corriente ha ido perdiendo cada vez más terreno, no por falta de autoproclamados liberales —que abundan— sino porque muchos de ellos no son más que una fachada ideológica. En nuestro país, no existen partidos que defienden el liberalismo en su esencia; lo que impera es una tergiversación del mismo, que muchos confunden con libertinaje.
“Vida, libertad y propiedad”. Esos son, según John Locke, uno de los padres del liberalismo clásico, los tres derechos naturales e inalienables del ser humano. Son pilares que el Estado debe proteger con firmeza por el simple hecho de que derivan de nuestra condición como personas.
Sin embargo, en nuestro país, ningún político actual defiende verdaderamente estos principios. Como mencioné, tanto desde la derecha como desde la izquierda varios se presentan como sus guardianes, pero sus actos desmienten sus palabras.
¿Quién protege la vida? ¿Qué político pseudoliberal promueve decididamente la defensa de este derecho? En lo que va del año, más de 500 personas han sido asesinadas, según los últimos reportes del SINADEF. Es decir, aproximadamente una persona pierde la vida cada cuatro horas a manos de la violencia. ¿Dónde están los liberales que claman por la vida? ¿Qué propuestas legislativas han presentado para combatir la delincuencia, el crimen y el abandono del Estado?
En el Parlamento, encontramos figuras que se autodenominan defensoras de la libertad que lideran iniciativas para reducir el gasto público, que, aunque loables, no deberían encabezar la agenda nacional.
Poco sirve priorizar la reducción del gasto estatal si el pueblo muere asesinado.
Por otro lado, hay quienes confunden libertad con libertinaje. Para muchos, ser liberal equivale a adoptar posturas progresistas al estilo del Partido Demócrata de los Estados Unidos: defender el activismo trans, el feminismo radical, entre otros. Este es un error fundamental. La verdadera defensa de la libertad radica en permitir que el individuo actúe y decida sin coacción externa, siempre dentro del marco de la ley y con respeto a los derechos ajenos.
¿Somos libres? Considero que no. Porque más allá de ciertas privilegiadas burbujas, el miedo y la inseguridad restringen nuestra libertad. ¿Es verdaderamente libre quien teme salir de casa en la noche? ¿O el emprendedor que debe pagar extorsiones diarias para no perder su negocio?
Con cerca de 9.8 millones de peruanos viviendo en situación de pobreza, según el INEI, resulta ilusorio hablar de una sólida defensa de la propiedad privada. Y revertir esta situación no es tarea fácil. Algunos liberales en la escena pública proponen recortar impuestos o mejorar la gestión de recursos, pero el ciudadano común no encuentra en estas medidas un alivio tangible. Desde el poder no se promueve el acceso al empleo de forma efectiva ni se impulsan reformas estructurales para enfrentar la pobreza y la desigualdad.
Tristemente, el liberalismo, como doctrina coherente y sólida, ha sido relegado al olvido. El conservador que prefiere no cargar con esa etiqueta se hace llamar liberal, y el progresista que evita declararse socialdemócrata también lo hace. Así, hemos vaciado de contenido al liberalismo. No existe una política partidaria liberal. Veámonos a la cara y no engañemos al pueblo. Falsos políticos liberales buscan marcar una etiqueta para obtener el poder, para verse distintos. Pero luego ignoran los principios que dicen defender, desconociendo así, los verdaderos problemas del país. No combaten el miedo ni el hambre, menos aún luchan por la “Vida, libertad y propiedad”, preocupándose únicamente por su argolla de poder.