EditorialDomingo, 27 de abril de 2025
Vizcarra, otra estafa

El Perú ya está cansado de farsantes. Ahora es Martín Vizcarra quien pretende vendernos otra mentira: su partido "Perú Primero". La reciente denuncia de la falsificación de más de cinco mil firmas para inscribir esta agrupación es un insulto a la inteligencia de los peruanos. No sólo se falsificaron nombres, firmas y huellas: se intentó falsificar la voluntad popular.

No es un caso aislado ni una mera irregularidad administrativa. Es, como tantas veces en nuestra historia reciente, la confirmación de que el oportunismo y el cinismo siguen impregnando la vida política nacional. Y que quienes más claman por la "renovación" suelen ser, en realidad, los más hábiles en reciclar las viejas y despreciables prácticas de siempre.

El mismo Vizcarra que se disfrazó de adalid anticorrupción desde Palacio queda ahora desenmascarado como lo que siempre fue: otro operador del poder dispuesto a cualquier maniobra para aferrarse a él. Esta vez, ni siquiera puede alegar ignorancia. Lo que ha ocurrido con su partido es un reflejo directo de su desprecio por la legalidad y por los ciudadanos que fingió representar.

La gravedad del fraude no puede minimizarse. La falsificación de firmas no sólo corrompe un trámite burocrático: vulnera la esencia misma del sistema democrático, que se funda en el consentimiento libre y consciente de los ciudadanos. Si el acceso al poder se basa en el engaño, todo lo que derive de él será ilegítimo y tóxico.

No caben eufemismos: esto es fraude político. Y como tal, debe ser enfrentado. La derecha peruana, que cree en la ley, en la decencia y en el juego limpio, debe alzar la voz con firmeza. La corrupción no se combate con discursos vacíos ni gestos de marketing: se combate con principios, y con la exigencia implacable de que quien mienta y traicione al país enfrente las consecuencias.

Este partido, nacido de la trampa, debe ser rechazado de plano. El Perú no puede seguir premiando a quienes prostituyen la democracia, ni resignarse al fatalismo de que "todos son iguales". No, no todos son iguales. Hay quienes, en medio de la mediocridad reinante, todavía creen en la política como servicio y en la honestidad como virtud pública.

Es hora de elegir entre quienes entienden la política como un servicio y quienes la usan como un negocio. Y Martín Vizcarra ya dejó claro, con hechos y no con palabras, de qué lado está.

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