En el Perú, cuando un servicio es gestionado primordialmente por el Estado, el resultado suele ser desastroso. Y, como es habitual, los únicos perjudicados somos los ciudadanos, obligados a someternos a normativas que no solo expanden la burocracia estatal, sino que, paradójicamente, la tornan cada vez más ineficiente. Casi dejándonos sin escapatoria.
Un claro ejemplo de ello es el intento del Estado por monopolizar el transporte público en arterias principales como las avenidas Javier Prado y Arequipa. Me referiré a estas dos, en particular, por haberlas transitado durante mis años de estudiante, aunque es evidente que esta problemática se extiende a muchas otras vías limeñas.
Quien haya utilizado los corredores rojos o azules en estas avenidas conoce de primera mano su principal deficiencia: se trata de un sistema que no logra atender la demanda existente. Las filas en los paraderos se extienden indefinidamente, especialmente en horas punta —que, en el caótico tránsito limeño, pueden abarcar casi todo el día—. La flota resulta insuficiente, y ello queda evidenciado por la cantidad de personas que, a diario, esperan con resignación abordar uno de estos vehículos.
A ello se suma la cuestionable planificación por parte de la ATU o la autoridad competente en relación con la ubicación de los paraderos. Existe una proliferación innecesaria de puntos de parada que entorpecen la fluidez del sistema. Basta observar cómo, en Javier Prado, hay paraderos en Guardia Civil, Aviación y San Luis, ubicados a distancias de aproximadamente un kilómetro entre sí.
Así, enfrentamos un sistema cuya oferta no satisface la demanda, que adolece de eficiencia y que somete al ciudadano a una constante pérdida de tiempo. Y si a ello se añaden las condiciones deplorables de muchas de las unidades, no resulta sorprendente que, según un estudio de la Red de Estudios para el Desarrollo (2023), el nivel de satisfacción de este sistema sea de apenas un 14.4%.
Sin embargo, si bien el Estado no nos da una solución a este deplorable sistema que él mismo nos brinda, el mercado encontró la vía alterna: los colectivos informales.
Mucho se puede —y con razón— criticar a los colectivos informales: que incrementan el tráfico, que operan sin respetar la ley, que están dominados por mafias, como las de Ate o el Callao, en Javier Prado, o la del Cercado en Arequipa. Sin embargo, pese a todo, constituyen hoy por hoy la única alternativa que enfrenta con relativa eficacia la desbordada demanda de transporte en la capital. Son la respuesta del mercado.
El Estado fracasa en ofrecernos una alternativa viable, y el mercado improvisa una solución. Quizá no sea la más idónea, ni la más ordenada, pero es la salida que millones de peruanos encuentran para evitar perder horas valiosas atrapadas en el tráfico limeño. Según diversos estudios, entre ellos los de “Lima Cómo Vamos”, el sector formal apenas cubre alrededor del 10% de la demanda real de transporte. Ante ello, ¿qué opción le queda al ciudadano que simplemente quiere llegar a casa?
Lamentablemente, los colectivos son la respuesta a la ineficiencia de un Estado que se quiere mostrar capaz, pero que en la práctica queda en deuda con sus ciudadanos.
Si buscáramos una muestra aún más cruda de esta ineficiencia, bastaría mencionar la incapacidad estatal para enfrentar las extorsiones que afectan a este sector. En una conversación con un colectivero, supe que deben pagar entre 20 y 25 soles diarios a bandas extorsivas. Es decir, estos conductores —a los que el Estado quiere erradicar sin ofrecerles una alternativa legal— inician su jornada con una pérdida económica forzosa. Y si el Estado no puede lidiar ni con los colectiveros, mucho menos con quienes los extorsionan; que a este punto, ¿a quién no extorsionan?
Este escenario retrata con claridad la poca funcionalidad del aparato estatal peruano: pretende monopolizar servicios que no sabe gestionar, y termina obligando al mercado a improvisar soluciones, como en el caso de los colectivos. Tal vez convenga recordar, como bien dijo Milton Friedman, que “los mercados son el mejor sistema que tenemos, aunque no sean perfectos.”