Como parte de su constante promoción y defensa de los “derechos reproductivos”, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) continúa operando bajo una premisa ideológica clara: los niños por nacer no tienen derechos, y el planeta estaría mejor con menos personas. Fundado en medio del temor de la explosión demográfica que dominó el discurso global durante la segunda mitad del siglo XX, UNFPA ha estado históricamente orientado hacia la reducción de la población humana. Sus informes anuales se han centrado en combatir el crecimiento poblacional, promoviendo sistemáticamente el aborto, la esterilización y la anticoncepción como herramientas para controlar lo que denomina “sobrepoblación”.
Sin embargo, el escenario ha cambiado drásticamente. La población mundial comienza a estabilizarse, decenas de países enfrentan un desplome demográfico sin precedentes, y el organismo ha perdido el financiamiento que recibía de Estados Unidos. Y en este contexto, UNFPA busca reinventarse.
Su informe más reciente, Estado de la Población Mundial 2025, está dirigido principalmente a convencer a sus donantes de que la verdadera “crisis de fertilidad” no es el descenso de las tasas de natalidad, sino una supuesta “falta de agencia reproductiva”.
Según el documento, esta agencia debe aplicarse desde el momento en que una niña alcanza la pubertad —el informe afirma que puede ser “tan temprano como a los 10 años”— y consiste en liberarla de cualquier tipo de control o influencia social respecto a su vida sexual. El organismo plantea que niñas y adolescentes deben tener acceso a educación sexual, anticoncepción, esterilización, aborto e incluso tratamientos de fertilidad, si así lo desean, para poder tomar lo que califica como “decisiones informadas y voluntarias sobre la reproducción”.
Es legítimo cuestionar si una niña de 12 años, lejos de requerir aliento para iniciarse en la actividad sexual, no necesita más bien protección, contención y guía. La idea de que estas menores pueden tomar decisiones maduras y autónomas sobre su fertilidad bajo el argumento de la libertad individual resulta profundamente alarmante.
En cuanto a cómo se pretende garantizar universalmente la “agencia reproductiva” y la “autonomía corporal”, UNFPA propone una serie de medidas:
Pero el documento no se detiene ahí. UNFPA propone medidas que apuntan a un rediseño radical del tejido social, alineadas con las premisas del marxismo cultural:
Igualmente reveladoras son las políticas que UNFPA rechaza. Tras décadas insistiendo en que los gobiernos debían implementar políticas estrictas de planificación familiar para reducir el crecimiento poblacional —respaldando incluso la brutal política del hijo único en China— ahora el organismo se opone con vehemencia a cualquier intento estatal por estimular la natalidad.
Por ejemplo, advierte contra los bonos por nacimiento, calificándolos como “políticas pro natalistas coercitivas”. Asimismo, condena los esfuerzos de los gobiernos por alcanzar metas de fertilidad, a los que describe como ineficaces y potencialmente violatorios de los derechos reproductivos.
Esta postura revela una profunda animadversión hacia la vida humana. Cuando los gobiernos restringían la fertilidad de las parejas casadas, UNFPA celebraba sus esfuerzos y les proporcionaba anticonceptivos gratuitos. Hoy, cuando algunos Estados intentan revertir el declive demográfico para garantizar el sostenimiento de sus sistemas sociales y la atención a sus poblaciones envejecidas, el organismo se erige como defensor de los derechos humanos, denunciando violaciones imaginarias y censurando políticas como las que Estados Unidos explora para elevar su tasa de natalidad.
Frente a la escasez de mano de obra derivada del desplome de los nacimientos, la propuesta de UNFPA no sorprende: inmigración masiva. Esto, ignorando los graves problemas sociales, económicos y culturales que conlleva una transferencia poblacional descontrolada.
En definitiva, a pesar de su retórica sobre la “agencia reproductiva”, UNFPA sigue siendo lo que siempre ha sido: una organización radical, anti-familia y anti-natalidad, que promueve no solo el aborto y la anticoncepción, sino una agenda ideológica de izquierda a escala global.
Por mucho que hable de derechos, sus líderes niegan los más fundamentales a los seres humanos más vulnerables: los niños por nacer. Para UNFPA y sus líderes, el mundo estaría mejor si hubiera menos personas.
Estados Unidos ha hecho bien en cortar toda relación con esta entidad.
(*) Este artículo fue publicado originalmente en inglés por Lifesitenews.