Si la izquierda peruana exportara su capacidad de contradicción, el país entero sería potencia mundial. ¿Quién necesita cobre o litio cuando tenemos esta gente que se disfraza de coherente un día y al siguiente se reinventa con la soltura de un camaleón adicto al TikTok?
Tomemos el caso más grotesco, y por qué no decirlo, más rentable electoralmente: la amnesia. Esa amnesia fulminante que ataca a miles de progresistas que hace solo un par de años gritaban “¡Pedro Castillo es el pueblo!”, le componían versos, lo pintaban como el redentor del Ande y hasta juraban que sus bailes vernaculares eran símbolo de pureza revolucionaria. Hoy, esa misma corte de aduladores se quiere hacer la desentendida, negando todo: ¿Castillo? Jamás voté por ese tipo.
Pero no queda ahí la cosa. Ese es solo un botón en esta nueva función estelar. Su otra apuesta es jugar a la ruptura total de la tragicomedia que ellos mismos se inventaron: ¿por qué no podemos vivir en armonía la izquierda y la derecha? Esto exhibe ese talento inmanente que tienen para mutar a conveniencia, dándole un giro irrisorio a su incendiaria improvisación. Desde esta tribuna hay que agradecer por esta cortesía de desnudarse sin ningún tipo de vergüenza. Yo me pregunto si habrían tenido este mismo bajón de intensidad si hubieran capturado el Estado como querían. ¿Hubieran apuntado a la armonía en su lista de prioridades? No nos chupemos el dedo: ese discurso de “vivamos todos en paz” no es otra cosa que un ardid para distraer al incauto mientras preparan el siguiente asalto ideológico para infiltrar sindicatos, universidades, municipalidades y hasta el club de madres del barrio si les dejan.
Y la lista de contradicciones sigue:
- Hablan de democracia, pero sueñan con asambleas constituyentes que solo obedezcan a su manual ideológico.
- Claman “no más violencia” mientras se encandilan con dictaduras latinoamericanas que fusilan opositores como si fueran moscas.
- Predican tolerancia, pero no soportan que nadie cuestione sus delirios identitarios, sus teorías de género y sus cuotas de poder disfrazadas de justicia social.
Y lo peor es que esta contradicción es contagiosa. Muchos ciudadanos, hartos de la derecha inoperante (porque sí, hay que decirlo: tenemos una derecha que nos sabotea), terminan comprando la fantasía de que la izquierda ha madurado, que esta vez sí traerán orden, decencia y progreso. No aprendemos. Nos olvidamos que la contradicción no es un accidente de la izquierda peruana, sino su ADN más puro, su condición de fábrica.
Cuidado con su baja guardia, cuidado con sus nuevos discursos pacíficos, y cuidado con su repentina conversión a la “centralidad”. Porque detrás de su prédica de paz y amor, ya están afilando los dientes para volver a inyectar su recetario tóxico en cada espacio de poder, disfrazados de salvadores, de mesías, o de pacíficos tejedores del “consenso”.
Ya conocemos esta película. Y si no la recordamos, ellos encantados de volverla a estrenar. Sobre todo ahora que estamos a puertas de unas nuevas elecciones.