Javier Milei es Alberto Fujimori, Fujimori es Milei. Cabe recalcar que hay quienes siempre van a pintar a ambos como actores autoritarios y antidemocráticos, algo que demuestra el poco nivel intelectual y sentido común entre la casta política. Fujimori, ante todas las críticas, asumió una economía paupérrima producto de medidas heterodoxas y populistas del primer gobierno de Alan García, que dejaron al país con una hiperinflación de 2,178,482 %. En ese entonces, el Perú contaba con más de 12 millones de personas que vivían en situación de pobreza (57 % de la población) y 5.9 millones en pobreza extrema (26 %). Los objetivos del programa, mejor conocido como el Fujishock, eran dos: reducir y controlar la inflación, y lograr la reinserción del Perú en los círculos financieros internacionales.
Claramente, fue el retorno al sentido común —encarnado en la adopción de una política económica ortodoxa bajo el gobierno de Fujimori— lo que permitió sacar al Perú del abismo y de las interminables colas. Les guste o no a los caviares, el Perú pasó de ser una economía regulada, que incluía controles de precios, control de tipo de cambio y un amplio número de empresas públicas que subsistían de la plata del Estado, a una con un dólar liberalizado, donde el tipo de cambio flotaba, e inherentemente se hizo una reducción de subsidios. Fujimori logró que el mercado se convirtiese en el asignador de bienes y servicios, generando así mayores niveles de competencia entre compañías, brindándole mejores precios y calidad a los consumidores finales. Y simultáneamente, el Estado se convirtió en un gran promotor de la inversión privada. En particular, poco le reconocen los zurdos progre-marxistas —tan afines al terrorismo y sembrar pánico— a Fujimori el mérito de haber acabado con el terrorismo en el Perú.
El ingeniero Alberto Fujimori en 1990, y recientemente el economista Javier Milei en 2023, acertaron en plantear sus campañas presidenciales como personas que eran ajenas al sistema de partidos y casta existente, sino como figuras técnicas y, asimismo, independientes. Ambos, contrarios a la política desgastada: en Perú con el modelo del clientelismo y en Argentina con el kirchnerismo peronista y el macrismo. Los zurdos empobrecedores no habían implementado las soluciones a los grandes problemas que tenían tanto Perú como Argentina. Como argumenta Milei, no hay motivos para no abrazar las ideas de la libertad, salvo que usted tenga algún tipo de obstrucción mental y/o espiritual o viva del saqueo estatal. Milei, desde el día uno, utilizó la simbólica motosierra de la campaña electoral para terminar con el déficit fiscal, arrasando con el gasto público, de tal manera que lo recortó en un 35 %, equivalente a 5.6 puntos del Producto Interno Bruto en el primer semestre de 2024.
Los amigos del poder siempre dudaron del mileísmo; a pesar de esto, Milei logró tener un superávit fiscal (tener más ingresos que egresos) y recortó la emisión monetaria, la cual generaba aumentos en los precios. Además, logró una reducción de la inflación, que pasó del 25.5 % en diciembre de 2023 al 2.4 % en diciembre de 2024. Asimismo, mermó organismos y el número de ministerios, que pasaron de ser 18 a 8. Evidentemente, era hora de despedir a todos estos zurdos políticos disfrazados de empleados públicos que vivían del asistencialismo.
Lamentablemente, a día de hoy, la casta en el Perú fomenta que inmigrantes ilegales venezolanos, colombianos (de las FARC) y de otros países sudamericanos con altos niveles de delincuencia entren al país de manera descontrolada, causando terror tanto en Lima como en otras ciudades del país. Mientras tanto, como producto de un presidente respetable como Milei, Argentina prohíbe el ingreso a personas condenadas por delitos, deportará rápidamente a quienes cometan delitos dentro del país, establecerá requisitos financieros para la residencia y cobrará a los inmigrantes para acceder a la atención médica y la educación pública. El Perú no puede mantener un régimen migratorio que invite al caos y al abuso. El Perú debería dejarse de incoherencias sobre los derechos humanos de los criminales y, en vez, mandar a los cabecillas del crimen organizado en el país al Centro de Confinamiento del Terrorismo de El Salvador. Independientemente, la pena de muerte debe aplicarse en casos de terrorismo, sicariato (para la mente detrás y el que jaló el gatillo), violación y traición a la patria. Es momento de que la inquilina de Palacio y los congresistas dejen de ser cómplices del crimen.
Tengo la esperanza de que un Milei peruano despierte entre nosotros. Lamentablemente, aquello depende del electorado.
El Perú necesita una figura que confronte el statu quo sin medias tintas.