OpiniónSábado, 23 de agosto de 2025
Bolivia ante el espejismo del cambio, por Santiago Carranza-Vélez

La primera vuelta electoral en Bolivia dejó atónitos a encuestadores, estrategas y analistas. Rodrigo Paz Pereira, heredero del viejo MIR y alcalde cuestionado de Tarija, terminó en primer lugar con más del 32% de los votos, superando a Jorge “Tuto” Quiroga, que alcanzó apenas el 26%. Ninguna encuesta lo había anticipado. Samuel Doria Medina, favorito durante meses, acabó relegado a un lejano tercer puesto. Fue un terremoto político que mostró la bancarrota de la demoscopía, pero también la naturaleza incierta del nuevo escenario: lo que parecía ser el ocaso del Movimiento al Socialismo, ¿terminará convertido en un inesperado salvavidas?

Rodrigo Paz se presenta como un candidato “de centro”, un gestor cercano al pueblo que promete “capitalismo para todos”. Su discurso, sin embargo, es un repertorio de frases populistas dirigidas a cada audiencia. A los liberales les habla de achicar el Estado; a los sindicatos les promete créditos y subsidios; a los sectores indígenas les asegura respeto cultural. El economista boliviano Mauricio Ríos García advirtió que el plan de gobierno del PDC parece “escrito por inteligencia artificial, con enunciados para cumplir con la ley, pero sin sustancia”. No sorprende: Paz es un político experimentado con tres décadas en cargos públicos, que intenta camuflarse como outsider para captar el descontento.

El punto más delicado, sin embargo, es su relación con el MAS. El propio Álvaro García Linera, eterno vicepresidente de Evo Morales, reconoció que buena parte del voto evista migró hacia Paz. El comportamiento del oficialismo es revelador: lejos de movilizar a sus bases en protesta por la derrota, el MAS observó el ascenso de Paz con una calma sospechosa. Incluso una facción de los Ponchos Rojos, milicia altiplánica creada por Morales, anunció su apoyo explícito a la fórmula Paz–Lara. No es un detalle menor: estos grupos, usados durante años como brazo de presión en carreteras y ciudades, no entregan respaldos sin cálculo político. Todo indica que el MAS, fracturado y sin capacidad de disputar en unidad, podría haber encontrado en Paz un canal para preservar cuotas de poder desde las sombras.

Si Paz encarna el populismo incierto, Quiroga representa el otro extremo: la derecha tecnocrática de manual, incapaz de generar ilusión popular. Ex presidente interino tras la muerte de Banzer, candidato en varias ocasiones desde 2005, Tuto vuelve a la contienda con un discurso vehemente y un programa económico gradualista. Se podría decir que es un “Macri boliviano”: moderado en lo fiscal, gradual en lo estructural, temeroso de aplicar medidas de shock a pesar de la grave crisis económica. Su problema no es de formación, sino de carácter político. Quiroga encarna lo que en Iberoamérica conocemos como la “derechita cobarde”: institucionalista hasta la parálisis, liberal en el discurso y timorato en la acción. Esa derecha que, frente al populismo, opta por administrar la crisis en lugar de enfrentarla con coraje.

La prueba más clara de esa cobardía es su incomodidad con las derechas emergentes del continente. Mientras Javier Milei redujo drásticamente la inflación y recuperó la confianza internacional en Argentina, Quiroga ha desestimado sus logros y se ha mostrado escéptico ante su programa de shock. En entrevistas recientes, insistió en que el modelo argentino es “arriesgado” y que la economía debe manejarse con “gradualismo responsable”. Sus críticas, lejos de señalar un rumbo propio, revelan la desconfianza de la vieja política hacia quienes se atreven a desafiar al statu quo. En lugar de aprender de las experiencias exitosas de gobiernos firmes, Tuto prefiere alinearse con el conformismo tecnocrático de los años 2000, el mismo que allanó el camino al populismo que después devoró a Bolivia.

La paradoja boliviana es que la elección presidencial de 2025 se ha reducido a una falsa alternativa. Por un lado, el populismo de Paz, heredero de la tradición mirista, sospechosamente tolerado por Evo y apuntalado por los Ponchos Rojos. Por otro, un ex presidente que ya cargó con la pesada mochila de la vieja política y que ofrece la misma receta tecnocrática que fracasó en la región en los años 2000.

Se ha repetido hasta el cansancio en titulares internacionales que “Bolivia gira a la derecha”. Nada más falso. La victoria de Paz no es un viraje, sino una continuidad maquillada; la candidatura de Quiroga no es alternativa, sino reciclaje. Y aunque desde este espacio celebremos profundamente el desplome electoral del MAS, la izquierda radical puede estar perdiendo el gobierno, pero lo realmente importante es que pierda el poder. No olvidemos lo ocurrido con el Gobierno transitorio de Jeanine Áñez.