Estados Unidos, bajo el liderazgo de Trump, invoca razones de seguridad y de lucha contra el terrorismo para justificar la movilización de tropas y poderío naval en aguas internacionales, a pocas millas de las costas de Venezuela. La tiranía de Nicolás Maduro enciende su discurso antimperialista como arma política, ilusionada en contar con la adhesión de sus seguidores dispuestos a defender la soberanía nacional. El tirano carece del respaldo de la comunidad internacional.
Nicolás Maduro preside un gobierno ilegítimo, luego del megafraude electoral del 28 de julio de 2025. Los líderes del llamado "socialismo del siglo XXI", del Foro de São Paulo y del Grupo de Puebla han perdido la credibilidad y el respeto internacional.
No estamos en los tiempos en que Hugo Chávez groseramente desdeñaba el ALCA y hacía perder la paciencia al rey Juan Carlos de España en una cumbre internacional. Lejos del podio de las Naciones Unidas en Nueva York, Nicolás Maduro ni siquiera puede pretender emular a Chávez, quien hace algunos lustros se sentía con derecho a denostar del imperialismo yanqui con discursos demagógicos.
Hoy no son los tiempos de la bonanza petrolera, de los subsidios generalizados para el pueblo venezolano ni del ciclo expansivo del precio internacional de las materias primas.
Nicolás Maduro es un operador político al servicio de la tiranía cubana, con pocas luces y carente de recursos financieros. Su llamado a los milicianos ha fracasado. Han abandonado Venezuela millones de ciudadanos golpeados por una crisis económica insostenible. Con el desplazamiento de los migrantes al exterior, se ha producido una crisis de seguridad regional sin precedentes. El "Tren de Aragua" viene actuando en las principales ciudades de América Latina y en varios estados de Estados Unidos. Por su parte, el cártel de los Soles es instrumentado desde las altas esferas del gobierno venezolano, con la participación de figuras siniestras como Diosdado Cabello y altos mandos militares.
Nicolás Maduro no es un revolucionario antimperialista, sino el cabecilla de varias organizaciones criminales internacionales.
El presidente Trump viene desarrollando una estrategia política de naturaleza disuasiva que, en los hechos, pretende provocar un desenlace político que ponga fin a la tiranía de Maduro. Seguramente la ofensiva militar está descartada, dado que cualquier agresión se convertiría en el pretexto político que busca la dictadura para victimizarse. Maduro a duras penas logra que el presidente Gustavo Petro, violentista por vocación y convencido de los "efectos poco dañinos de la cocaína", trate de mediar y mostrarse como aliado del tirano de Caracas.
Maduro y Petro no cuestionan al Ejército de Liberación Nacional (ELN) ni a la disidencia de las FARC. Maduro parece comprender que Evo Morales es un "líder cocalero" decadente, cuyo partido, el MAS, apenas ha obtenido un poco más del 3% del voto nacional en las elecciones generales celebradas el pasado 17 de agosto.
Por su parte, el presidente Lula da Silva no está dispuesto a incomodar al gobierno norteamericano. El líder del PT sólo aspira a culminar su opaco tercer gobierno y se ha propuesto mejorar las relaciones comerciales con Estados Unidos en un contexto signado por la nueva política arancelaria de la administración Trump.
América Latina se ha distanciado del Foro de São Paulo y del Grupo de Puebla. Cuba y Nicaragua resultan poco relevantes y carecen de liderazgo internacional.
Si Estados Unidos, a lo largo del siglo XX, afianzó su vocación imperialista con la puesta en marcha de invasiones, abierta intromisión y trabajo esmerado de sus servicios de inteligencia en oportunidades tan diversas como la trama del golpe del 11 de septiembre de 1973 contra Salvador Allende en Chile, hoy el escenario tiene otro perfil.
Estados Unidos, Rusia y la República Popular China pugnan por la supremacía mundial. La Unión Europea reconoce sus limitaciones y, en el actual escenario, no tiene aparentemente interés en respaldar políticamente a Nicolás Maduro.
El pueblo venezolano no puede ser un mero espectador. Maduro aún ejerce control sobre las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional Bolivariana, con el apoyo de los servicios de inteligencia cubanos. Lo cierto es que el aumento de la recompensa ofrecida por el gobierno norteamericano podría convertirse en un aliciente de consecuencias insospechables.
Si en enero de 1958 el pueblo venezolano fue capaz de poner fin a la tiranía de Pérez Jiménez, se espera que un desenlace político parecido pueda surgir de la acción conjunta de militares y civiles.
La lucha por la libertad no tiene fin. Nicolás Maduro está aislado y probablemente opte por fugar acompañado de su entorno más cercano.
Hoy Rusia tiene otras prioridades en el concierto internacional, mientras que para la República Popular China el gobierno venezolano es visto como un deudor insolvente más que como un aliado político.
Donald Trump parece haber optado por asfixiar a Nicolás Maduro.
Insisto: la oposición venezolana y el pueblo deben actuar. La libertad está en juego.