Hace unos días estaba sentado tranquilo en un local hasta que apareció al costado de mi mesa una pareja, donde ambos rozaban los 30 años. Los dos, imagino, iniciaron una conversación amena hasta llegar a un desenlace bastante acalorado que reflexionándolo un poco me exponía el perfecto reflejo de un aspecto de la sociedad peruana que suele pasarse por por alto.
Esta conversación/discusión que sostenían era imposible no oír y la verdad era bastante penosa. El chico gritaba, con una actitud violenta, un vocabulario y forma de hablar que parecía de “chibolo manyado” de 15 y opacaba toda conversación que pudiese haber medianamente cerca. Entre sus gritos, manifestaba que la psicología no servía, que no aportaba nada filosóficamente hablando, y que un psicólogo no era nadie —capaz al elocuente le falta conocer figuras como Jordan Peterson—. Además, le exclamaba a la chica que lo acompañaba que las carreras de humanidades no servían para nada y que no había que ser inteligente para estudiar una de las carreras.
Para mi suerte, yo, un amante de la carrera de Derecho estaba acompañado de mi hermana, mi prima y un amigo quienes estudian todos psicología, lo que volvió la situación más interesante de analizar. Dado que los gritos eclipsaban cualquier conversación que pudiésemos tratar de tener, mi hermana Chiara y mi prima Camila se hacían miradas mientras el desubicado seguía hablando pestes de su carrera, mientras David y yo tratábamos de mantener la conversación, a pesar de que ganas no faltaban de pararse y cuadrarlo por su tono.
En fin, reflexionando la situación durante estos días, caigo en la conclusión que este “ignorante achorado” demuestra lo que muchos piensan en la realidad de forma gravemente errónea. Vivimos en un país donde para ser inteligente, tienes que ser alguien hábil en los números, en matemática, física y ciencias. Que si estudias ingeniería es porque eres una persona inteligente y si estudias alguna carrera de humanidades, es porque capaz buscaste la vía más fácil o “no tenía la cabeza para los números”. Menudo desprecio a carreras con tanto significado.
Nuestra sociedad vive minimizando a todos aquellos que se dedican a las “letras” y “ensalzan” los “números”. Y esto no es simplemente porque sea un prejuicio que nació de la nada, sino que se ha ido cultivando, en el transcurso de los años, desde el colegio.
Dado que mis padres son profesores he tenido la oportunidad de ver los horarios y los cursos de diversos colegios, y las he podido contrastar con mi experiencia escolar o la de mis compañeros que he ido conociendo en la universidad. Y la verdad es que, casi siempre —para no caer en absolutismos— la cantidad de horas que se le dedican a las matemáticas, o a las ciencias, son superiores a las horas que se les asignan a cursos como historia, comunicación, inglés, geografía, ciencias sociales, etc. Y para suerte del alumno, siempre está el profesor de matemáticas “pesado” que considera que su curso es el más importante y difícil, y que por eso debe agobiar al alumno con millones de ejercicios, para que se desviva haciéndolos en casa, tras estar desde las 8.00 de la mañana hasta las 3:30 de la tarde en clases.
Esta “ignorancia achorada” contra las “letras” o humanidades, como la del personaje del inicio del artículo, resulta una consecuencia de lo mal que el sistema educativo está orientando a los jóvenes, generando prejuicios nefastos y completamente erróneos. Una realidad que, con tanta corrupción, socialistas, delincuencia e inestabilidad política, se ha dejado completamente de lado.