OpiniónSábado, 29 de octubre de 2022
¿Vientos de guerra?, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

La guerra en Ucrania es sobre mucho más cosas que Ucrania. El ruido de sables chino no es (sólo) por Taiwán. Se trata del deseo de derribar y reemplazar el orden internacional existente desde 1989 -1991 y la caída de la Unión Soviética.

En aquel entonces Fukuyama nos regaló su tesis sobre el Fin de la Historia, en el sentido que no existía sistema que pudiese competir y reemplazar al orden liberal democrático. Entonces, ante la incapacidad de ofrecer una alternativa real, se busca desaparecerlo, lo cual, por definición, sería violento.

Los dislates del progresismo contemporáneo, su manía climática que todo quiere subordinar, los disparates sobre el género, entre otros factores, sugieren a Putin que Occidente es decadente y que el momento de actuar llegó. Su problema es que el declive ruso es enorme, carece de la estamina económica y un planteamiento ideológico que lo respalde.

Entonces, el verdadero centro neurálgico de estos desafíos es China. Pero tampoco ofrece alternativa, sólo relaciones de vasallaje, conforme sus tradiciones que conciben a los extranjeros como bárbaros para ser sometidos o ignorados.

El espectáculo de Xi Jimping humillando en público y purgando a su predecesor Hu Jintao, es ominoso, como también lo es la magnitud de la represión y control de la vida diaria existente, posibilitado por la tecnología. Aquí las cosas se mezclan con factores estructurales, no estando claro si las cosas se decantarán hacia la guerra o una confrontación fría.

El primer factor se refiere a la economía del futuro donde la tecnología estará presente hasta en los aspectos más mundanos de la existencia. No sólo tendremos chips en teléfonos celulares y sistemas de comunicación sino también electrodomésticos. En el mundo del Internet de las Cosas, TODO estará conectado.

Íntimamente relacionado a lo anterior es la producción de semiconductores, dominada por Taiwán. Por medio de estos, puede, por ejemplo, espiarse a la población (China lo hace). Podría paralizarse a los automóviles, sistemas de tránsito, generación eléctrica, en fin, dejar a sociedades enteras sumidas en el caos absoluto.

Conscientes de esta amenaza, EE.UU. ha impuesto durísimos controles que impiden cualquier tipo de venta o colaboración con China en esta industria. Algunos analistas comparan esta medida al embargo de petróleo decretado por FDR en contra de Japón, un hito decisivo en el camino al ataque a Pearl Harbour.

Esta última comparación quizá sea excesiva, pero, a lo que apunta es que la era de globalización y comercio con China podría estar terminando. La tecnología, que tantas fronteras borró, haría imposible la cooperación, erigiendo otras nuevas. Con el Internet de las Cosas y la centralidad de los chips, cualquier tipo de colaboración con China y hasta contacto triviales serían peligrosos, tendiendo a desaparecer.

Esta tesis la sostiene, por ejemplo, Nouriel Roubini, el famoso economista que anticipó la crisis del 2008. Señala que China no quiere colaborar con occidente en nada. La política estadounidense, primero con Trump, silenciosamente endurecida por Biden, sugiere que en Washington pensarían lo mismo.

En este escenario, mantener la paz, sería difícil. China, además, no perderá la oportunidad de intentar forzar su dominio por medio de la tecnología y vienen demostrando carecer de escrúpulos y estar dispuesto a todo para lograrlo.

Queda pensar que esa arrogancia de poder – como en el caso de Hitler – lleve la semilla de su propia destrucción. Pero no nos engañemos pensando que ese proceso sería necesariamente pacífico.

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