OpiniónDomingo, 13 de noviembre de 2022
El diablo al mando, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

Me contaba mi padre que, hacia el final de su vida, mi abuelo (Victor Andrés Belaunde Diez Canseco) proyectó en su cabeza un libro (que seguramente no quiso plasmar por su labor diplomática). Este libro era sobre una “Maldición Implícita” aludiendo a la inspiración demoníaca del poder totalitario. 

El totalitarismo es un fenómeno nuevo, antes del Siglo XX es difícil encontrar ejemplos. Los regímenes de la antigüedad estaban sujetos a límites, generalmente religiosos, y también a fuentes externas de legitimidad. El totalitarismo es diferente: se nace, vive y muere no por la gracia de Dios, sino por la conveniencia del Partido.

Por ello es el primogénito del marxismo, de su visión finalista de la historia que descarta todas las antiguas fuentes de legitimidad. Su primera manifestación fue en Rusia con el triunfo comunista. En los años 30, Stalin eliminó, mediante hambrunas masivas, a los agricultores ucranianos pues su relativa independencia económica podía convertirlos en el germen de una futura oposición. Por eso murieron millones de ucranianos. Por si acaso.

Stalin también mató, para demostrar que podía, a las figuras históricas de la Revolución, a miles de oficiales de su ejército (debilitándolo para la inminente Segunda Guerra Mundial), a científicos y un sin fin de etcéteras. Al momento de morir preparaba una purga de médicos.

Algunos ilusos pensaron que estos regímenes de pesadilla, con algunas contadas excepciones, que caerían cual fruta madura y estaban relegados a los libros de historia. La falsedad de esta fantasía es evidente en la China contemporánea.

El Partido Comunista Chino, a pesar de la apertura económica decretada hace 40 años, nunca desmontó su estructura de control. Mantuvieron durante décadas la política de una familia, un hijo, forzando a que se aborten los “excedentes”. Solo relajaron algunos aspectos puntuales para permitir actividades económicas privadas. Lo que sí hicieron fue limitar el poder de la cabeza del Estado a dos períodos consecutivos de 5 años, para impedir gobiernos personales y mantener un liderazgo colectivo.

Esto viene siendo radicalmente transformado por Xi Jinping. Primero, eliminó la regla de los dos períodos, iniciando su dictadura personal. Defenestró de toda posición a su predecesor, de manera pública, ante las cámaras de TV, a pesar de no representarle ninguna amenaza. Lo expectoró para demostrar que podía y punto.

Pero esa es la punta del iceberg. China viene ejecutando un genocidio sistemático de la población Uigur que habita en la zona de Sinkiang, a la vista y paciencia del mundo. Utilizan la informática para implantar inimaginables sistemas de control social. Para entrar y salir de ciudades se requiere de puntajes sociales positivos- es decir, nota de conducta aprobatoria puesta por el gobierno – sin la cual nada se puede hacer.

La cereza de la torta es la pandemia de Wu Han, eufemísticamente llamada Covid-19, convertida en el pretexto ideal para perfeccionar sistemas de represión interna y desestabilizar a los rivales geopolíticos de China, como EE.UU.

La política china de cero COVID – imposible absoluto – la utilizan para encerrar en cualquier momento a vastos sectores de la población. No hay motivo médico ni científico. Se trata de una exhibición de poder absoluto y recordatorio a los chinos que son meros súbditos del partido en general y de Xi Jinping, en particular.Igual que Stalin, Xi Jinping recuerda públicamente a todos los que vean, lean o escuchan que, sus vidas, nada valen.

La maldad de estos gobiernos, la fría satisfacción con la que los sátrapas condenan a sus vasallos, tiene, en mi opinión, una gran fuente de inspiración: la maldad pura y dura que para los cristianos y católicos proviene de negar a Dios y afirmar al hombre, signo inequívoco de inspiración satánica.

Por eso pienso que cada uno de estos tiranos, Fidel Castro, Lenin, Stalin, Hitler, Mao, etc. son embajadores del infierno, Anticristos, agentes del mal. Su deseo incontenible de controlar cada pequeño aspecto de la existencia de las almas desafortunadas que se cruzan en sus sangrientos caminos proviene del mismo demonio.

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