PortadaLunes, 9 de enero de 2023
El clímax de una tensión

En la política una mala mezcla de acción y palabras puede ser determinante. Ya lo pasamos en Perú, con Castillo, quien mediante su embustero espíritu disruptivo casi toma por asalto al país. Ahora ha pasado en Brasil, aunque en un contexto distinto. Una organizada multitud, todos seguidores del ex presidente Jair Bolsonaro, ingresó a la fuerza al Congreso, al palacio presidencial y al Supremo Tribunal Federal (lo que aquí sería el Poder Judicial). La mayoría pidió la restitución del ex mandatario, que es el líder del Partido Liberal, y la salida, vía intervención militar, del nuevo jefe de Estado Lula da Silva. Aunque el vitoreado negó su injerencia en la protesta, olvidó el fuerte escepticismo que forjó sobre los entes electorales y la afrenta que significó su ausencia en el cambio de mando. Por otra parte, la movilización también tiene asidero en el oscuro pasado del mandamás del Partido de los Trabajadores, quien no solo estuvo 19 meses en la cárcel por el caso Petrobras, sino que es uno de los tantos apéndices de la peligrosa ola de izquierdismo, entre suave y radical, en la región latinoamericana.

La encrucijada política que vive Brasil, de más de 213 millones de habitantes, tuvo su clímax este último domingo 8 de enero. Sietes días después de que Lula da Silva tomará posesión de la investidura presidencial —en la que no participó su antecesor Jair Bolsonaro, quien actualmente está en Miami, Estados Unidos (EE. UU.)—, Brasilia se convirtió en el epicentro de una manifestación sin precedentes. Miles de bolsonaristas burlaron a la Inteligencia del país vecino y se organizaron para tomar en bloque, uno multitudinario, las sedes de los tres poderes del Estado. Como si fuera un estadio de fútbol, miles de personas, iracundas y dispuestas a romper todo a su paso, rondaban con camisetas de la Verdeamarela. Todos tenían dos exigencias capitales: 1) que Bolsonaro vuelva a asumir la presidencia y 2) que se ejecute una intervención militar para sacar del poder a Lula da Silva.

En un mensaje apresurado, el jefe de Estado brasileño sugirió que esta protesta fue movilizada por la oposición.

"Estas personas son todo lo que es abominable en la política, invadir la sede del gobierno, la sede del Congreso y la sede de la Corte Suprema como verdaderos vándalos destruyendo todo a su paso (...) Quienquiera que haya hecho esto será encontrado y castigado. La democracia garantiza el derecho a la libre expresión, pero también exige que se respeten las instituciones. No hay precedentes en la historia del país de lo que han hecho hoy. Por eso deben ser castigados (...) Y averiguaremos quiénes son los financiadores de los que han ido hoy a Brasilia, y todos pagarán con la fuerza de la ley", anunció.

Conocido el descargo, Bolsonaro rápidamente deslindó. “Las manifestaciones pacíficas, dentro de ley, son parte de la democracia. Sin embargo, las depredaciones e invasiones de edificios públicos como las ocurridas hoy, así como las practicadas por la izquierda en 2013 y 2017, escapan a la regla”, tuiteó.

Varias autoridades en el mundo también tomaron la palabra. Biden, presidente de EE. UU., dijo que condenaba "el asalto a la democracia", línea similar a la de su homólogo Macron, de Francia: "¡La voluntad del pueblo brasileño y las instituciones democráticas deben ser respetadas!". Boric, de Chile, indicó que fue un "cobarde y vil ataque a la democracia".

Mientras que desde Perú se pronunciaron tanto la intermitente Verónika Mendoza como también varios referentes de la izquierda, entre estos Perú Libre. Siempre paradójicos, apuntaron contra el intento de golpe de Estado, olvidando que a escala local alientan a la insurrección en el sur de nuestro país.

Durante el rápido operativo policial, que permitió retomar transitoriamente el control de las instituciones democráticas, se detuvo hasta a 260 personas. Esto, sin embargo, no disuadió a todos. Aún hay elementos rebeldes buscando el momento para un contragolpe.

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