OpiniónJueves, 26 de enero de 2023
Marcha como Revolución, por Alfredo Ghersi

Desde sus inicios la izquierda siempre ha estado en una perpetua lucha para revertir el estatus quo capitalista y poder tomar el poder de las instituciones. Las fábulas, sean o no ciertas, siempre dicen que el origen de la bandera roja viene por los polos manchados de sangre que cargaban los mártires de la Revolución Francesa, símbolo que después recogió la izquierda mundialmente.

Esta insaciable lucha revolucionaria ha provocado las mayores matanzas y pérdida de vidas en la historia de la humanidad. Si es que sumamos el costo humano de todos los regímenes de izquierda incluso superan a los muertos del holocausto nazi. Las estimaciones oscilan entre 60 y 100 millones de vidas perdidas a causa de esta nefasta ideología, que muchos siguen profesando hasta el día de hoy, que incluye exterminios, matanzas, encarcelamientos en condiciones deplorables, deportaciones, campos de concentración, hambrunas. Estos sistemas han sido tan nefastos, que en muchas ocasiones han matado de hambre a sus poblaciones de manera deliberada o por ineficiencia, como en el Holdomor en Ucrania, o la ardua marcha en Corea del Norte.

Sin embargo, irónicamente, al día de hoy, la sociedad no condena por igual a la izquierda con regímenes que considera de derecha; por este motivo todavía podemos ver que hay jóvenes usando polos de manera casual del Che Guevara o de Mao Zedong como si fuese lo más natural del mundo.

En Latinoamérica también vivimos este momento de lucha armada en toda la región. Los colombianos tuvieron a las FARC luchando por 50 años, los argentinos tuvieron a los Montoneros, un ala esquizofrénica del peronismo, entre muchos otros movimientos.

Nosotros tuvimos a Sendero Luminoso, que exportó el método más sanguinario de brutalidad maoísta, causando la muerte de cerca de 70 mil peruanos, la cifra más alta en nuestro país. Dado que las fuerzas del orden resistieron la arremetida de la izquierda terrorista, se logró apaciguar a los movimientos armados en el país con mucho esfuerzo y sacrificio.

Hoy en día la izquierda dice que ya ha abandonado sus viejas luchas y métodos históricos. Es común escucharlos decir que el momento de la revolución y la lucha armada han culminado, y es momento de intervenir en el fuero político mediante los mecanismos democráticos.

Sin embargo, las viejas costumbres no mueren fácilmente. La izquierda, por motivos históricos, siempre ha justificado cualquier medio para lograr sus fines de “justicia social”. A lo largo de todo el mundo podemos ver cómo la izquierda recurre a su herramienta más vieja y efectiva: la marcha como revolución, que en el peor de los casos puede convertirse en las luchas armadas del siglo XXI.

Como la izquierda ha abandonado la lucha armada convencional, ahora su revolución consiste en desplegar las grandes masas de nuestra época, que han sido adoctrinadas durante décadas en los colegios, universidades, y a través de la cultura popular, incluyendo el cine y la música, para así paralizar a la sociedad, causar estragos, incendiar, saquear y destruir. Antes la lucha armada se peleaba con fusiles y bombas en el campo de batalla, ahora ellos lo hacen en las ciudades, armados con palos, bombas molotov, ladrillos y otras armas caseras.

El objetivo estratégico es el mismo que cualquier gesta bélica: suprimir físicamente al adversario, que en este caso es el capitalismo y sus organismos estatales. Por este motivo no solo atacan comisarías, aeropuertos y oficinas de aduana, sino también atacan mercados, bancos y negocios privados. Como en cualquier guerra, el daño colateral siempre lo sufre el inocente que no tiene nada que ver, en este caso la pobre gente que no puede trabajar ni comer a causa de estas manifestaciones o que pierden las inversiones de toda su vida porque les prenden en fuego el negocio.

Hoy en día, lo que vivimos en el Perú es un renacimiento de la izquierda violentista que tanto nos ha hecho sufrir como país en el pasado. Depende de nosotros poder unirnos para derrotarlos como lo hemos hecho antes.

No podemos olvidarnos: la izquierda es violenta por naturaleza y nunca dejará de serlo.

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