El Perú profundo ha salido a la superficie. Todos lo están viendo. No es ese Perú absurdamente idealizado por los intelectuales de izquierda y toda la caviarada, sino el realmente existente.
Es la turba asesina que en Juliaca masacra inmisericordemente a un policía, que no hace uso del arma que le ha entregado el Estado para utilizarla en circunstancias como estas, por miedo a que los caviares que dominan el sistema de justicia lo procesen y encarcelen, y que sus jefes no lo defiendan sino, atemorizados, lo dejen caer.
Son las bandas de delincuentes que con el pretexto de la “protesta social”, incitada por el terrorismo y alentada por los caviares y varios medios de comunicación, bloquean carreteras y cobran cupos a los indefensos y desesperados transportistas, asesinando a los que se resisten, como a Herbert Sánchez en Chao el 21 de enero.
Son las catervas que asaltan y queman fundos de agro exportación en Ica y operaciones mineras en el sur. Son las pandillas que incendiaron la casa de un congresista que ellos habían elegido en Ilave y que trataron de invadir la casa del gobernador de Madre de Dios, Luis Otzuka, que tuvo que repelerlos a balazos porque la policía está desarmada y tiene órdenes del gobierno para no causar ningún daño a las hordas de vándalos.
Son los comuneros, que movilizados por agitadores comunistas, bloquean la carretera central tratando de desabastecer Lima, provocando perjuicios a miles y miles de ciudadanos que quedan varados en la vía a merced del frío, del hambre y las enfermedades.
Ese Perú profundo ha salido a la superficie incentivado por una coalición de terroristas –los herederos de SL y MRTA, apoyados por gobiernos comunistas de América Latina- y de narcotraficantes, mineros ilegales, contrabandistas y otros malhechores, que se habían hecho del gobierno con el delincuente recluido en Barbadillo y que ahora quieren recuperarlo.
Están logrando su propósito porque al frente tienen un gobierno débil e incompetente, espasmódico, que un día anuncia firmes medidas para frenar la violencia terrorista y delincuencial, y al día siguiente se disculpa, pidiendo por boca de la presidente perdón a los “hermanos y hermanas” que están incendiando el país.
Y a grupos políticos –no me refiero a los terroristas y delincuentes que pueblan el Congreso- incapaces de ponerse de acuerdo en un mínimo común para tratar de superar la crisis deponiendo sus intereses particulares.
Por cierto, eso no debe sorprender a nadie. El sistema político ha sido destruido desde hace tiempo y ha terminado de ser demolido por la perniciosa influencia de los caviares en los gobiernos de Martín Vizcarra y Francisco Sagasti, y de los comunistas con Pedro Castillo.
Naturalmente, no todo el Perú es el descrito antes. La mayoría es gente trabajadora e ingeniosa que quiere sobrevivir, progresar y mejorar. Pero no hay que engañarse. En un país con 70% u 80% de informalidad, donde las economías ilegales han prosperado descontroladamente los últimos años, hay muchos desadaptados y un número creciente de delincuentes que actúa cada vez con más impunidad.
Esta crisis no puede ser resuelta en el marco institucional de una democracia fallida, controlada o trabada por grupos de corruptos malhechores que buscan destruirla e imponer una dictadura socialista del siglo XXI.
Se requieren soluciones radicales, un gobierno con la autoridad y fuerza necesaria para poner orden, despejar el camino y realizar en breve plazo elecciones verdaderamente limpias, con opciones razonables.