Pensé que ya había pasado la racha de llamadas. Que ya me había librado de ofertas que no estaba buscando. Pero estaba equivocado. Esta semana he sido nuevamente víctima de Movistar, de financiera Oh y de interseguros con constantes llamadas todos los días. Y en estas líneas pretendo evidenciar lo contraproducente de sus campañas de televentas.
Recuerdo que tuve mi primer celular en el 2003. No era tan común tener un teléfono móvil en esa época, así que, si recibía alguna llamada, era para mí una encantadora novedad. Los chicos de mi generación, en los jóvenes 2000 gastaban dinero para descargarse tonos de llamadas y ostentar entre sus amigos una conocida melodía al momento de la llamada entrante. Pero ya pasaron 2 décadas.
No solo es mucho más común tener un celular, sino que las redes sociales han cambiado, radicalmente, la manera en que los jóvenes se comunican hoy. Una llamada es para un milenial una señal de emergencia. Una comunicación tan urgente que no pudo esperar el habitual proceso de un mensaje o un audio por Whatsapp para ser respondido en la conveniencia espacio-temporal del receptor.
Una llamada telefónica es fuego, es accidente, es desastre. No puedo no contestar porque la vida de un familiar o amigo puede estar en peligro. O tal vez porque estoy esperando una llamada laboral. Por eso cuando Movistar me llama 3 veces al día para ofrecerme un mejor plan del que cuento ahora, lo primero que se me viene a la mente son una serie de adjetivos peyorativos por haber provocado una preocupación en mí y por haberme desconcentrado de mis quehaceres. ¡A veces incluso llaman para ponerme en espera! ¿De dónde llaman? ¿De Conchán? ¿Qué pasa cuando dejo de contestar y esta vez cuando el pastor grita “lobo” es en serio?
El efecto es inverso. Estas marcas que pretenden convertirse en “lovemarks” se registran en mi hipocampo como “hatemarks”. Y esa rabia muchas veces termina siendo ventilada en los teleoperadores que solo siguen las indicaciones que vienen de arriba. ¿Puede esto considerarse como acoso publicitario? Esta es una oportunidad para que las compañías hagan un cambio en su estrategia de televentas o para que redirijan sus energías a las redes sociales, la televisión, la radio o los paneles, porque ni un solo milenial o centenial quiere recibir nunca jamás una llamada suya.
Para finalizar, quiero dirigirme al Instituto Tecsup para mencionarles que nunca he asistido a su centro de estudios, así que agradecería que dejaran de llamarme con mensajes grabados como si fuera exalumno de su casa de estudios.