La semana pasada, se supo que el Tribunal Constitucional declaró fundada por unanimidad la demanda competencial formulada por el Congreso contra el Poder Judicial. Aunque no conocemos el contenido de esta sentencia, el sentido del fallo es trascendental pues, de una vez por todas, el TC ha puesto freno a los incesantes procesos judiciales promovidos por ciudadanos inescrupulosos para impedir que el Congreso ejerza sus funciones.
Por ejemplo, en julio de 2021, el Poder Judicial concedió una medida cautelar solicitada por Walter Ayala que suspendió la renovación de los magistrados del TC. Unos días después, Ayala juramentó como ministro de Defensa del gobierno del golpista y presidiario Castillo Terrones. Por su parte, la renovación del TC, que llevaba años pendiente, no pudo concretarse en la legislatura de aquel Congreso complementario post-vizcarrazo. Tuvo que esperar unos meses más.
Claramente Ayala no era un ciudadano consternado por las acciones del Congreso, sino un operador político de lo que fue el gobierno más descaradamente corrupto del que he sido testigo. En este contexto, los jueces de aquella Corte Superior de Lima fueron, cuando menos, tontos útiles y, muy probablemente, cómplices de una jugada del chotano.
Recientemente, este mismo mecanismo estaba siendo utilizado para impedir que el Congreso, en ejercicio de sus funciones, elija al Defensor del Pueblo; y por poco se salen con la suya.
¿Por qué cada elección de funcionarios por parte del Congreso tiene que ser un suplicio?
La izquierda y la narrativa de la repartija
Desde las terminales mediáticas y legales de la izquierda, cada acuerdo del Congreso sobre la designación de funcionarios es una repartija. Esta narrativa ha sido fácilmente introducida en la opinión pública y se ha vuelto prácticamente incuestionable.
Y no hablamos de cosas menores. Esta narrativa causó marchas, titulares, e incluso, un cierre del Congreso. Y es que, cuando el Congreso es incapaz de llegar a un consenso, por ejemplo, para recortar su mandato, los criticamos por no hacer su trabajo.
Pero cuando en ejercicio de sus funciones y demostrando sus más altas virtudes políticas, alcanzan los ochenta y tantos votos necesarios para renovar el mandato de un magistrado que lleva años con el mandato vencido, los disuelven ante el aplauso de las masas.
Lamentablemente, ese es el carácter político del peruano: Un ejemplo gráfico del doble-pensar orwelliano. Odiamos a Fujimori, pero amamos a Velasco. Nos lamentamos por la falta de institucionalidad, pero le cantamos happy birthday a Vizcarra. Odiamos la dictadura, pero también odiamos la separación de poderes.
Y es que muchas veces me planteo lo siguiente, ¿realmente el peruano quiere vivir en democracia? Pues parece que no.
Demócratas snobs
Según el diccionario de la RAE, un snob es una “‘[persona] que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos’.”
Esta definición calza perfecto con el típico “demócrata” peruano. Escuchan a diario a RMP, son fanáticos de Sagasti, forman su opinión en base a Hildebrandt. Marcharon contra Merino, votaron por Vero (y por Castillo) y critican gratuitamente a nuestras Fuerzas Armadas.
El Perú está plagado de estos especímenes y, lamentablemente, ni estudiar en las mejores Universidades del país (ni del mundo) es antídoto contra la pose. El demócrata snob no ha leído la Constitución pero quiere cambiarla, no conoce las funciones del Congreso pero quiere que lo disuelvan, critica el centralismo y desconoce la existencia de los Gobiernos Regionales, entre otras incongruencias.
No más decisiones basadas en pose
La pose le hace mucho daño al país. Es incalculable la cantidad de leyes, designaciones y reformas que han sido descartadas por un Congreso temeroso de la opinión pública, formada y dirigida por demócratas snobs.
Desde esta columna, aplaudimos el trabajo del TC porque no se ha dejado amedrentar por la opinión pública y ha defendido los fueros del Congreso. Si queremos una República que funcione debemos dejar que las instituciones trabajen, incluyendo al Congreso.
Eso sí, necesitamos congresistas valientes, que no sucumban ante la opinión de comentaristas del prime time televisivo ni ante los tweets de Rosa María Palacios. En ese sentido, ahora, con el respaldo del TC, la pelota está en su cancha, esperemos que estén a la altura.